Miguel Ángel Perera entró en Tovar por la Puerta Grande de su Coliseo El Llano. En tono triunfal gracias a la primera de sus actuaciones en la feria de la localidad venezolana, que hace del toro y de la Tauromaquia el centro de sus fiestas. Una presentación subrayada por el indulto del segundo toro de su lote de la ganadería colombiana de El Capiro. Se llama Bastonero-818. Un toro que le debe su vida al torero extremeño, que todo se lo hizo a favor para que su nobleza y clase prevalecieran por encima, por ejemplo, de lo justas de sus fuerzas. Un defecto que el torero fue puliendo a base de consentir y consentir, de acompañar con la muleta muy puesta y tirando de ella sin tirar, conduciéndola muy despacio, muy templada, para ir afianzando las cosas buenas que tenía el astado y, así, poco a poco, ir prolongando su embestida. Que fue siendo cada vez más honda gracias al virtuoso sentido del temple de Perera, capaz con su entrega y confianza en las posibilidades del toro de ir metiendo también cada vez más a la gente en la faena, en la que hizo de todo. Incluso echar rodillas a tierra para terminar de calentar a la gente, entusiasmarla y hacer que prendiera la petición de indulto, que el palco concedió.
Muy a gusto se había expresado ya con su primero, que fue también un toro noble, pero al que faltó más celo. También lo cuidó Miguel Ángel y lo empujó siempre hacia adelante en una faena paciente por ambos pitones, aunque lució más por el pitón derecho, por donde toreó verdaderamente a placer. Fue una faena que, de igual modo, conectó mucho con el tendido.
Miguel Ángel Perera entró en Tovar por la Puerta Grande de su Coliseo El Llano. En tono triunfal gracias a la primera de sus actuaciones en la feria de la localidad venezolana, que hace del toro y de la Tauromaquia el centro de sus fiestas. Una presentación subrayada por el indulto del segundo toro de su lote de la ganadería colombiana de El Capiro. Se llama Bastonero-818. Un toro que le debe su vida al torero extremeño, que todo se lo hizo a favor para que su nobleza y clase prevalecieran por encima, por ejemplo, de lo justas de sus fuerzas. Un defecto que el torero fue puliendo a base de consentir y consentir, de acompañar con la muleta muy puesta y tirando de ella sin tirar, conduciéndola muy despacio, muy templada, para ir afianzando las cosas buenas que tenía el astado y, así, poco a poco, ir prolongando su embestida. Que fue siendo cada vez más honda gracias al virtuoso sentido del temple de Perera, capaz con su entrega y confianza en las posibilidades del toro de ir metiendo también cada vez más a la gente en la faena, en la que hizo de todo. Incluso echar rodillas a tierra para terminar de calentar a la gente, entusiasmarla y hacer que prendiera la petición de indulto, que el palco concedió.
Muy a gusto se había expresado ya con su primero, que fue también un toro noble, pero al que faltó más celo. También lo cuidó Miguel Ángel y lo empujó siempre hacia adelante en una faena paciente por ambos pitones, aunque lució más por el pitón derecho, por donde toreó verdaderamente a placer. Fue una faena que, de igual modo, conectó mucho con el tendido.