No es novedad, pero sí merece la pena destacarlo: Miguel Ángel Perera alcanza este año una especial dimensión con el capote. Él mismo lo ha reconocido en alguna entrevista y se hace muy evidente. Tiene otro vuelo, otro empaque, otro compás, otra medida, mucha más naturalidad. Lleva siendo así, al menos, desde el pasado mes de julio, cuando se hace especialmente palpable que Perera está disfrutando y mucho con el percal. Es la culminación de un proceso que ya viene de largo, de algunos años atrás, pero que en esta segunda mitad de 2019 se hace fácilmente reconocible. Y Aranda hoy es la mejor prueba de ello. En sus dos toros, Miguel Ángel se ha rebosado toreando de capa. De salida y en los quites. A la verónica, por chicuelinas, galleando, por gallosinas, cordobinas, revoleras, gaoneras y tijerillas. Un despliegue de recursos, de variedad, de fantasía en rosa y oro. No ha tenido reparo en medirse para medir más a sus oponentes. Simplemente, se ha derramado y se ha expresado con grandeza. La que emana de lo que surge con tal despaciosidad, suavidad, cadencia, naturalidad, hondura, tersura, expresividad… Cumbre de Perera hoy con el capote ante sus dos toros de Victoriano del Río, nobles y enclasados, perfectos colaboradores para tamaño recital.
Lo que vino en ambos casos con la muleta sí es más frecuente. Forma parte del Miguel Ángel de siempre, pero también del mejor Perera, ése que fluye este año con más regularidad que nunca. De no ser por el velo de la espada que tantas veces ha sido este año como un telón corrido tras el que han quedado tantas grandes faenas y tantos triunfos importantes, 2019 sería suyo en propiedad. Los dos trasteos de esta tarde han tenido el denominador común de la redondez, de la contundencia, de lo inmaculado, de lo impecable, de lo perfecto en cada uno de sus tiempos, del ritmo tan acompasado, de la lentitud tan natural, del tacto, del pulso y, al tiempo, del mando tan por abajo. Han sido las dos faenas de Miguel Ángel en Aranda de Duero como dos cátedras expositivas de lo mejor de sí mismo. La diferencia es que la segunda tuvo la rúbrica adecuada de una gran estocada y la primera no. De ahí el tanteo de una y de otra. Aunque lo importante, la esencia, fue la misma en ambas. Dos nuevas demostraciones del mejor Perera, el de siempre, pero con más regularidad que nunca.
No es novedad, pero sí merece la pena destacarlo: Miguel Ángel Perera alcanza este año una especial dimensión con el capote. Él mismo lo ha reconocido en alguna entrevista y se hace muy evidente. Tiene otro vuelo, otro empaque, otro compás, otra medida, mucha más naturalidad. Lleva siendo así, al menos, desde el pasado mes de julio, cuando se hace especialmente palpable que Perera está disfrutando y mucho con el percal. Es la culminación de un proceso que ya viene de largo, de algunos años atrás, pero que en esta segunda mitad de 2019 se hace fácilmente reconocible. Y Aranda hoy es la mejor prueba de ello. En sus dos toros, Miguel Ángel se ha rebosado toreando de capa. De salida y en los quites. A la verónica, por chicuelinas, galleando, por gallosinas, cordobinas, revoleras, gaoneras y tijerillas. Un despliegue de recursos, de variedad, de fantasía en rosa y oro. No ha tenido reparo en medirse para medir más a sus oponentes. Simplemente, se ha derramado y se ha expresado con grandeza. La que emana de lo que surge con tal despaciosidad, suavidad, cadencia, naturalidad, hondura, tersura, expresividad… Cumbre de Perera hoy con el capote ante sus dos toros de Victoriano del Río, nobles y enclasados, perfectos colaboradores para tamaño recital.
Lo que vino en ambos casos con la muleta sí es más frecuente. Forma parte del Miguel Ángel de siempre, pero también del mejor Perera, ése que fluye este año con más regularidad que nunca. De no ser por el velo de la espada que tantas veces ha sido este año como un telón corrido tras el que han quedado tantas grandes faenas y tantos triunfos importantes, 2019 sería suyo en propiedad. Los dos trasteos de esta tarde han tenido el denominador común de la redondez, de la contundencia, de lo inmaculado, de lo impecable, de lo perfecto en cada uno de sus tiempos, del ritmo tan acompasado, de la lentitud tan natural, del tacto, del pulso y, al tiempo, del mando tan por abajo. Han sido las dos faenas de Miguel Ángel en Aranda de Duero como dos cátedras expositivas de lo mejor de sí mismo. La diferencia es que la segunda tuvo la rúbrica adecuada de una gran estocada y la primera no. De ahí el tanteo de una y de otra. Aunque lo importante, la esencia, fue la misma en ambas. Dos nuevas demostraciones del mejor Perera, el de siempre, pero con más regularidad que nunca.