Pudo cortar, al menos, una oreja Miguel Ángel Perera en su primero, un toro que se movió con alegría y que propició que Javier Ambel lo bordara en la lidia y que Curro Javier y Jesús Arruga, incluso, hicieran sonar la música tras protagonizar tres excelentes pares de banderillas, marcas de la casa. Fue el mejor prólogo posible a una emocionante primera parte de la faena de muleta del diestro, que, sin más probatura, echó rodillas a tierra en los medios y se pasó muy cerca al ejemplar de Juan Pedro en ajustados pases cambiados por la espalda. Una declaración de intenciones innegable, tras la que vino otra exhibición este año de toreo en redondo absolutamente ligado, impecablemente trazado y majestuosamente profundo, con Perera citando en largo y trayéndose enganchado por delante al astado y rebozándose con él en tandas de gran transmisión con el tendido. Faena importante del extremeño, en esa vorágine deslumbrante en que vive de toreo total y de pureza desbordante. Tuvo mérito cuanto le sacó por el lado izquierdo, porque por ahí le costó mucho más al toro. El corolario fue un ramillete de manoletinas, otra vez, de un ajuste inaudito, que nada tuvieron de mero adorno y sí de toreo fundamental por cómo se traía al animal enganchado a los vuelos de la franela desde el mismo momento del embroque. Mató defectuoso y se quedó sin el premio que se había ganado.
Fue árido el segundo de su lote, un toro al que faltó fijeza siempre, que manseó y que midió porque hasta detenía su viaje a la mitad de los muletazos. Por eso fue tan importante la tanda en redondo que le robó Miguel Ángel, Porfiándole, desengañándole, consintiéndole, empapándolo de muleta desde muy delante para ya no dejar que viera otra cosa más que tela. Y así se lo llevó completamente detrás y lo rompió por abajo casi sin que el de Juan Pedro se diera cuenta de qué le había pasado. Cobró Perera una estocada extraordinaria, pero se amorcilló el toro y tardó en caer, lo que enfrío la petición de premio.
Pudo cortar, al menos, una oreja Miguel Ángel Perera en su primero, un toro que se movió con alegría y que propició que Javier Ambel lo bordara en la lidia y que Curro Javier y Jesús Arruga, incluso, hicieran sonar la música tras protagonizar tres excelentes pares de banderillas, marcas de la casa. Fue el mejor prólogo posible a una emocionante primera parte de la faena de muleta del diestro, que, sin más probatura, echó rodillas a tierra en los medios y se pasó muy cerca al ejemplar de Juan Pedro en ajustados pases cambiados por la espalda. Una declaración de intenciones innegable, tras la que vino otra exhibición este año de toreo en redondo absolutamente ligado, impecablemente trazado y majestuosamente profundo, con Perera citando en largo y trayéndose enganchado por delante al astado y rebozándose con él en tandas de gran transmisión con el tendido. Faena importante del extremeño, en esa vorágine deslumbrante en que vive de toreo total y de pureza desbordante. Tuvo mérito cuanto le sacó por el lado izquierdo, porque por ahí le costó mucho más al toro. El corolario fue un ramillete de manoletinas, otra vez, de un ajuste inaudito, que nada tuvieron de mero adorno y sí de toreo fundamental por cómo se traía al animal enganchado a los vuelos de la franela desde el mismo momento del embroque. Mató defectuoso y se quedó sin el premio que se había ganado.
Fue árido el segundo de su lote, un toro al que faltó fijeza siempre, que manseó y que midió porque hasta detenía su viaje a la mitad de los muletazos. Por eso fue tan importante la tanda en redondo que le robó Miguel Ángel, Porfiándole, desengañándole, consintiéndole, empapándolo de muleta desde muy delante para ya no dejar que viera otra cosa más que tela. Y así se lo llevó completamente detrás y lo rompió por abajo casi sin que el de Juan Pedro se diera cuenta de qué le había pasado. Cobró Perera una estocada extraordinaria, pero se amorcilló el toro y tardó en caer, lo que enfrío la petición de premio.