Nueva puerta grande –y van catorce- para Miguel Ángel Perera, hoy en Ejea de los Caballeros, donde no sólo ha tenido que librar con las condiciones de sus toros, sino, sobre todo, combatir los efectos siempre tan incómodos del Cierzo cuando sopla como sólo lo hace el Cierzo. Tan desagradable. Sin duda, un elemento que ha marcado la tarde, pero que, aún así, no ha evitado el triunfo del extremeño, que ha cortado una oreja de cada uno de sus dos toros, que han compartido su buen fondo como denominador común, pero con distinta medida de las fuerzas. Más justo el primero, que pareció, incluso, descoordinado, lo que mermó mucho sus opciones. Lo trató con una delicadeza infinita Miguel Ángel, ayudándole siempre a embestir y a sacar de sí cuanto de bueno tenía. Mató pronto y cortó la primera oreja.
Bastante más aguantó el quinto, un buen toro que Perera disfrutó mucho porque el animal humillaba con entrega sincera, con clase, y eso le permitió explayarse en varias tandas por los dos pitones muy profundas en su dimensión y muy lentas en su tiempo, lo que no era sencillo, justamente, por ese combate fuerte del viento. Ello requirió de una vuelta de tuerca más a ese sentido del temple que es seña de identidad en el extremeño para sujetar los vuelos de la muleta y, a la vez, el viaje del toro. Tampoco se arredró por el Cierzo y las malas pasadas que puede jugar para meterse entre los pitones de su oponente en el tramo final de una faena que, otra vez, rubricó pronto con los aceros.
Nueva puerta grande –y van catorce- para Miguel Ángel Perera, hoy en Ejea de los Caballeros, donde no sólo ha tenido que librar con las condiciones de sus toros, sino, sobre todo, combatir los efectos siempre tan incómodos del Cierzo cuando sopla como sólo lo hace el Cierzo. Tan desagradable. Sin duda, un elemento que ha marcado la tarde, pero que, aún así, no ha evitado el triunfo del extremeño, que ha cortado una oreja de cada uno de sus dos toros, que han compartido su buen fondo como denominador común, pero con distinta medida de las fuerzas. Más justo el primero, que pareció, incluso, descoordinado, lo que mermó mucho sus opciones. Lo trató con una delicadeza infinita Miguel Ángel, ayudándole siempre a embestir y a sacar de sí cuanto de bueno tenía. Mató pronto y cortó la primera oreja.
Bastante más aguantó el quinto, un buen toro que Perera disfrutó mucho porque el animal humillaba con entrega sincera, con clase, y eso le permitió explayarse en varias tandas por los dos pitones muy profundas en su dimensión y muy lentas en su tiempo, lo que no era sencillo, justamente, por ese combate fuerte del viento. Ello requirió de una vuelta de tuerca más a ese sentido del temple que es seña de identidad en el extremeño para sujetar los vuelos de la muleta y, a la vez, el viaje del toro. Tampoco se arredró por el Cierzo y las malas pasadas que puede jugar para meterse entre los pitones de su oponente en el tramo final de una faena que, otra vez, rubricó pronto con los aceros.