Será su luz o será su olor. Será su color o el clamor a compás de sus gentes. Será el tacto al pisar de su arena mojada o, quizá, será un poco todo y todo a la vez. Será lo que sea, pero Huelva es de los grandes escenarios en la vida de Miguel Ángel Perera. Se siente grande y pleno, y grande y pleno se expresa. Se deja la presión sobre la silla que antes ocupó el vestido de torear en el hotel para revestirse de profunda inspiración, de gozo, de disfrute. Respira hondo y se ancha los pulmones de deseos de sentir la parte más grande que tiene ser torero, que es, justamente eso, ser torero. Huelva es la tesela del mosaico de todos los sentimientos de Miguel Ángel Perera, que, como los planetas, deben alinearse para que éste emerja completamente libre, tremendamente grande. Hasta la forma de pisar era hoy también diferente. Tenía otro aplomo. Como cuando uno regresa a casa después de hacer un largo viaje por la vida.
Desde que se abrió de capa con Pacífico-54, el primer toro de su par, ya se palpó que era Perera de nuevo en Huelva, pisando su casa después de hacer un largo viaje por la vida. Lanceó a pies juntos en el recibo por delantales, muy suave, muy templado, muy medido. Y, entremedia de la nueva exhibición de su cuadrilla (Javier Ambel con el capote y Curro Javier y Jesús Arruga en banderillas), se entretuvo en inventarse un quite del que cada lance fue diferente. Hubo chicuelinas y saltilleras y cordobinas y una media impecables. Fluía. Y comenzaba a bullir el run run: ¿a que lo hace otra vez? Y lo hizo de nuevo Miguel Ángel en Huelva, en su casa. Se clavó de rodillas en los medios de la Merced y ya no se movió de ahí en toda la faena. De hinojos comenzó para pasarse muy cerca al toro en pases cambiados por la espalda, preámbulo del toreo mayúsculo que fue desgranando a más y a mejor en cada tanda. Media muleta arrastrando desde el cite y tres cuartos de ella, en cada remate. Ligados los muletazos como si fueran solo uno, aunque cada uno terminaba más lejos. La muleta de Miguel Ángel era una caricia que te embelesa y te saca lo mejor porque te derrite. Lo mejor de sí dio Pacífico, entre otras cosas, porque, antes de exigirle tanto y tan por abajo, el extremeño le daba un tiempo providencial entre series en lo que él disfrutaba eso de pisar el suelo de casa… La obra alcanzó su cima al natural, en varias tandas justas, precisas y perfectas de todo. De planteamiento, de argumento y de resolución. Ligadas todas, inmensamente lentas, lo que daba tiempo a que Huelva se explayara en cada ole. Disfrutaba el torero hasta de la medida de los desplantes sabiendo que otra vez lo estaba haciendo… Por fin esta vez la espada fue justa al resto del conjunto y viajó entera y certera para abrocharlo como merecía. Dos orejas a las primeras de cambio y las puertas de casa abiertas de par en par.
Pero no se quedó ahí la cosa porque Miguel Ángel quería más. Lanceó con mimo al quinto, Sumiso-23 de nombre, y tras una lidia ejemplar de Curro Javier y de que Javier Ambel y, de nuevo, Jesús Arruga se desmonteraran, le brindó el toro al rejoneador onubense Andrés Romero. Y paciente, seguro, clarividente, inteligente y, otra vez, tremendamente firme, fue sacando a flote las virtudes del astado a base de hacerle las cosas a su favor, de tirar de él con pulso y mando a un tiempo, de llevarlo siempre embebido en los vuelos, de no dejar que le tocara la franela, de ir prolongándole el viaje y de aplicarle un ritmo uniforme que terminó por convencer al de Torrealta de las ventajas de entregarse. Derroche de capacidad y de poder el de Perera para constatar también su feliz momento profesional. Lo mató tan certero y rotundo como al primero y suyas fueron las dos orejas, que sumaban cuatro. La media en la que parece haberse instalado cada vez que regresa a Colombinas para reivindicar que Huelva es el patio de su casa.
Será su luz o será su olor. Será su color o el clamor a compás de sus gentes. Será el tacto al pisar de su arena mojada o, quizá, será un poco todo y todo a la vez. Será lo que sea, pero Huelva es de los grandes escenarios en la vida de Miguel Ángel Perera. Se siente grande y pleno, y grande y pleno se expresa. Se deja la presión sobre la silla que antes ocupó el vestido de torear en el hotel para revestirse de profunda inspiración, de gozo, de disfrute. Respira hondo y se ancha los pulmones de deseos de sentir la parte más grande que tiene ser torero, que es, justamente eso, ser torero. Huelva es la tesela del mosaico de todos los sentimientos de Miguel Ángel Perera, que, como los planetas, deben alinearse para que éste emerja completamente libre, tremendamente grande. Hasta la forma de pisar era hoy también diferente. Tenía otro aplomo. Como cuando uno regresa a casa después de hacer un largo viaje por la vida.
Desde que se abrió de capa con Pacífico-54, el primer toro de su par, ya se palpó que era Perera de nuevo en Huelva, pisando su casa después de hacer un largo viaje por la vida. Lanceó a pies juntos en el recibo por delantales, muy suave, muy templado, muy medido. Y, entremedia de la nueva exhibición de su cuadrilla (Javier Ambel con el capote y Curro Javier y Jesús Arruga en banderillas), se entretuvo en inventarse un quite del que cada lance fue diferente. Hubo chicuelinas y saltilleras y cordobinas y una media impecables. Fluía. Y comenzaba a bullir el run run: ¿a que lo hace otra vez? Y lo hizo de nuevo Miguel Ángel en Huelva, en su casa. Se clavó de rodillas en los medios de la Merced y ya no se movió de ahí en toda la faena. De hinojos comenzó para pasarse muy cerca al toro en pases cambiados por la espalda, preámbulo del toreo mayúsculo que fue desgranando a más y a mejor en cada tanda. Media muleta arrastrando desde el cite y tres cuartos de ella, en cada remate. Ligados los muletazos como si fueran solo uno, aunque cada uno terminaba más lejos. La muleta de Miguel Ángel era una caricia que te embelesa y te saca lo mejor porque te derrite. Lo mejor de sí dio Pacífico, entre otras cosas, porque, antes de exigirle tanto y tan por abajo, el extremeño le daba un tiempo providencial entre series en lo que él disfrutaba eso de pisar el suelo de casa… La obra alcanzó su cima al natural, en varias tandas justas, precisas y perfectas de todo. De planteamiento, de argumento y de resolución. Ligadas todas, inmensamente lentas, lo que daba tiempo a que Huelva se explayara en cada ole. Disfrutaba el torero hasta de la medida de los desplantes sabiendo que otra vez lo estaba haciendo… Por fin esta vez la espada fue justa al resto del conjunto y viajó entera y certera para abrocharlo como merecía. Dos orejas a las primeras de cambio y las puertas de casa abiertas de par en par.
Pero no se quedó ahí la cosa porque Miguel Ángel quería más. Lanceó con mimo al quinto, Sumiso-23 de nombre, y tras una lidia ejemplar de Curro Javier y de que Javier Ambel y, de nuevo, Jesús Arruga se desmonteraran, le brindó el toro al rejoneador onubense Andrés Romero. Y paciente, seguro, clarividente, inteligente y, otra vez, tremendamente firme, fue sacando a flote las virtudes del astado a base de hacerle las cosas a su favor, de tirar de él con pulso y mando a un tiempo, de llevarlo siempre embebido en los vuelos, de no dejar que le tocara la franela, de ir prolongándole el viaje y de aplicarle un ritmo uniforme que terminó por convencer al de Torrealta de las ventajas de entregarse. Derroche de capacidad y de poder el de Perera para constatar también su feliz momento profesional. Lo mató tan certero y rotundo como al primero y suyas fueron las dos orejas, que sumaban cuatro. La media en la que parece haberse instalado cada vez que regresa a Colombinas para reivindicar que Huelva es el patio de su casa.