Toreaba a placer Miguel Ángel, dejando caer todo el peso de su toreo sobre el encaje de la cintura, más natural cada vez, más en las yemas el estaquillador, más redondo, más sutil, más leve, más para él cuando decidió envolverse en una espiral sin fin de luquesinas. La ayuda en el ruedo y la muleta cambiando de mano por la espalda, con las plantas como atrapadas en cemento armado, hierático por más que el vendaval lo desaconsejara, cuando surgió y fue creciendo como una ola en día de temporal la petición popular para que Marcocinado-25 volviera a su libertad ya para siempre. Se resistió el palco valorando, incluso, algún amago ya en ese tramo final del toro por irse, apretando hacia adentro, pero el clamor se encendió de tal manera que Perera asumió el riesgo de que sonaran hasta dos avisos con tal de que el ejemplar de Julio de la Puerta tuviera su premio. Y asomó entonces el pañuelo naranja que le devolvía a la eternidad para gozo de la gente que, al fin y al cabo, es la dueña de la Fiesta.

Sin duda que el fuerte viento que sopló toda la tarde determinó mucho cuanto se le hizo al toro, que tuvo importantes virtudes que el torero se encargó de multiplicar. Y seguro que ese ventarrón limitó cuanto más lo pudo disfrutar Miguel Ángel, quien, con todo, se explayó en su momento de dulce que caracteriza esta primera mitad de la temporada por más que la espada la opaque en parte. Lo dicho: toreó a placer. Hundido. A compás. Pura armonía aprovechando la embestida encendida del toro, lo que le confirió emoción. Y se enganchó la gente hasta que esa traca final de muletazos al natural entrelazados por un y otro pitón, con una y otra mano, sin solución de continuidad de Perera desató la pasión del público que desembocó en el indulto concedido a Marcocinado-25.

Común a esta segunda faena lo fueron en la primera el fuerte viento y el gusto con el que cuajó Perera a un toro de calidad. Sobre todo, por el pitón derecho, por donde trazó varias series de peso y poso, macizas, sólo con el lamento de que hubieran de surgir tan hacia el tercio porque el vendaval hacía imposible salirse con él hacia fuera. Le cortó la primera oreja de la tarde y se lo brindó a Francisco Ruiz Miguel, homenajeado hoy por el ayuntamiento y la empresa de la Plaza de Toros de Estepona para recordar el cincuenta aniversario de su alternativa. 

Toreaba a placer Miguel Ángel, dejando caer todo el peso de su toreo sobre el encaje de la cintura, más natural cada vez, más en las yemas el estaquillador, más redondo, más sutil, más leve, más para él cuando decidió envolverse en una espiral sin fin de luquesinas. La ayuda en el ruedo y la muleta cambiando de mano por la espalda, con las plantas como atrapadas en cemento armado, hierático por más que el vendaval lo desaconsejara, cuando surgió y fue creciendo como una ola en día de temporal la petición popular para que Marcocinado-25 volviera a su libertad ya para siempre. Se resistió el palco valorando, incluso, algún amago ya en ese tramo final del toro por irse, apretando hacia adentro, pero el clamor se encendió de tal manera que Perera asumió el riesgo de que sonaran hasta dos avisos con tal de que el ejemplar de Julio de la Puerta tuviera su premio. Y asomó entonces el pañuelo naranja que le devolvía a la eternidad para gozo de la gente que, al fin y al cabo, es la dueña de la Fiesta.

Sin duda que el fuerte viento que sopló toda la tarde determinó mucho cuanto se le hizo al toro, que tuvo importantes virtudes que el torero se encargó de multiplicar. Y seguro que ese ventarrón limitó cuanto más lo pudo disfrutar Miguel Ángel, quien, con todo, se explayó en su momento de dulce que caracteriza esta primera mitad de la temporada por más que la espada la opaque en parte. Lo dicho: toreó a placer. Hundido. A compás. Pura armonía aprovechando la embestida encendida del toro, lo que le confirió emoción. Y se enganchó la gente hasta que esa traca final de muletazos al natural entrelazados por un y otro pitón, con una y otra mano, sin solución de continuidad de Perera desató la pasión del público que desembocó en el indulto concedido a Marcocinado-25.

Común a esta segunda faena lo fueron en la primera el fuerte viento y el gusto con el que cuajó Perera a un toro de calidad. Sobre todo, por el pitón derecho, por donde trazó varias series de peso y poso, macizas, sólo con el lamento de que hubieran de surgir tan hacia el tercio porque el vendaval hacía imposible salirse con él hacia fuera. Le cortó la primera oreja de la tarde y se lo brindó a Francisco Ruiz Miguel, homenajeado hoy por el ayuntamiento y la empresa de la Plaza de Toros de Estepona para recordar el cincuenta aniversario de su alternativa.