Impoluto, impecable y deslumbrante. Así, como su vestido de estreno hoy, pasó Miguel Ángel Perera por Arles, una de sus plazas talismán en Francia, un escenario evocador e inspirador para el diestro de Badajoz, a quien sólo le faltó la rúbrica de los trofeos materiales. Porque en todo lo demás, lo suyo hoy fue impoluto, impecable y deslumbrante. Porque pasan los años y Perera sigue siendo capaz de encontrar y de exponer esa vuelta de tuerca a su concepto de raíces tan asentadas. Por ejemplo, en el ritmo aún más cadencioso de su forma de interpretar. Ése que afloró como a dulces raudales de luz en la faena al segundo toro de su lote.
Y eso que fue un toro irregular en su condición -que brindó a Chamaco-, que no siempre se empleó y al que el torero, antes que ninguna otra cosa, hubo de fijar a sus trastos. Fue su primera virtud. Después de ésta, un montón más con la cima de su toreo al natural en varias tandas líquidas, cristalinas, acompasadas y precisas en cada una de sus resortes. Toreo del que se derrama, dejando volar Miguel Ángel sus muñecas para que volara el vuelo de su muleta y dando el tiempo justo al toro entre cada pase para que no claudicara. La culminación fue la serie de luquesinas, suelta la ayuda, y toreando otra vez al natural por ambos pitones, más quieto aún el torero y más mandón sobre la voluntad del jandilla, al que fue haciendo mejor de lo que fue. Lo tenía todo Perera en sus manos para repetir el triunfo de puerta grande del año pasado, pero otra vez le jugó la espada una mala pasada. Con todo, el público le pidió la oreja y protestó al palco por que no la concediera. Con todo, fue clamorosa su vuelta al ruedo. Igual de rotunda que su dimensión hoy.
Fue encastado su primer toro, con el hierro de Vegahermosa, lo que permitió a Miguel Ángel expresar sin demora alguna su ambición y sus ganas, ya apuntadas en el quite de su turno por chicuelinas ante el toro de Sebastián Castella. También con el percal, pero por gaoneras, se gustó y se expuso por lo ajustado de cada lance. Y por lo templado también. Quiso el torero seguir dejando claro a qué vino a Arles sin que se le fuera un solo segundo en ello, por lo que echó rodillas a tierra y se lo pasó por la espalda en pases cambiados que terminaron ya de entregarle el favor del público. Fue el prólogo impactante de una faena cimentada a diestras, en tandas marca de la casa, impregnadas de esos cánones tan pereristas que son la largura desde el cite y el enganche de cada muletazo hasta el remate muy atrás después de pasárselo muy cerca, rozándole la cintura que encajaba como columna pétrea a partir de la cual surgía todo lo demás. De ese pilar y del vuelo grácil y suelto de sus muñecas, que eran la brújula que señalaba el destino. Se vino abajo el toro de Vegahermosa por el lado izquierdo y culminó su trasteo con bernardinas, otra vez, con el ajuste como condición sine quanon. Tras cobrar una estocada, precisó Miguel Ángel Perera del descabello y fue ahí donde se dejó, al menos, un trofeo.
Impoluto, impecable y deslumbrante. Así, como su vestido de estreno hoy, pasó Miguel Ángel Perera por Arles, una de sus plazas talismán en Francia, un escenario evocador e inspirador para el diestro de Badajoz, a quien sólo le faltó la rúbrica de los trofeos materiales. Porque en todo lo demás, lo suyo hoy fue impoluto, impecable y deslumbrante. Porque pasan los años y Perera sigue siendo capaz de encontrar y de exponer esa vuelta de tuerca a su concepto de raíces tan asentadas. Por ejemplo, en el ritmo aún más cadencioso de su forma de interpretar. Ése que afloró como a dulces raudales de luz en la faena al segundo toro de su lote.
Y eso que fue un toro irregular en su condición -que brindó a Chamaco-, que no siempre se empleó y al que el torero, antes que ninguna otra cosa, hubo de fijar a sus trastos. Fue su primera virtud. Después de ésta, un montón más con la cima de su toreo al natural en varias tandas líquidas, cristalinas, acompasadas y precisas en cada una de sus resortes. Toreo del que se derrama, dejando volar Miguel Ángel sus muñecas para que volara el vuelo de su muleta y dando el tiempo justo al toro entre cada pase para que no claudicara. La culminación fue la serie de luquesinas, suelta la ayuda, y toreando otra vez al natural por ambos pitones, más quieto aún el torero y más mandón sobre la voluntad del jandilla, al que fue haciendo mejor de lo que fue. Lo tenía todo Perera en sus manos para repetir el triunfo de puerta grande del año pasado, pero otra vez le jugó la espada una mala pasada. Con todo, el público le pidió la oreja y protestó al palco por que no la concediera. Con todo, fue clamorosa su vuelta al ruedo. Igual de rotunda que su dimensión hoy.
Fue encastado su primer toro, con el hierro de Vegahermosa, lo que permitió a Miguel Ángel expresar sin demora alguna su ambición y sus ganas, ya apuntadas en el quite de su turno por chicuelinas ante el toro de Sebastián Castella. También con el percal, pero por gaoneras, se gustó y se expuso por lo ajustado de cada lance. Y por lo templado también. Quiso el torero seguir dejando claro a qué vino a Arles sin que se le fuera un solo segundo en ello, por lo que echó rodillas a tierra y se lo pasó por la espalda en pases cambiados que terminaron ya de entregarle el favor del público. Fue el prólogo impactante de una faena cimentada a diestras, en tandas marca de la casa, impregnadas de esos cánones tan pereristas que son la largura desde el cite y el enganche de cada muletazo hasta el remate muy atrás después de pasárselo muy cerca, rozándole la cintura que encajaba como columna pétrea a partir de la cual surgía todo lo demás. De ese pilar y del vuelo grácil y suelto de sus muñecas, que eran la brújula que señalaba el destino. Se vino abajo el toro de Vegahermosa por el lado izquierdo y culminó su trasteo con bernardinas, otra vez, con el ajuste como condición sine quanon. Tras cobrar una estocada, precisó Miguel Ángel Perera del descabello y fue ahí donde se dejó, al menos, un trofeo.