Miguel Ángel Perera sigue imparable. Este tramo de la temporada está teniendo aquello que le faltó al primero: la materialización de los triunfos, el remate con la espada, la mejor fortuna con los lotes que le correponden. No era justo lo que estaba pasando antes. Sí es lógico lo que viene pasando ahora. Perera está pleno, macizo, seguro, largo y hondo. Miguel Ángel vive uno de los mejores momentos de su vida como torero.

 

 

Y hoy lo volvió a demostrar con el segundo toro de su lote, Abotinado-88, un toro con calidad de José Vázquez, con un fondo que Perera vio antes que nadie y que se puso a esculpir hasta salcarlo por entero a los ojos de los demás. Lo hizo toreando muy a su favor. Muy despacio. Muy acompañado. Muy suave. Cuando el toro le correspondió con esa clase que le latía por dentro, Miguel Ángel lo cuajó en una faena de muleta que puso otra vez de manifiesto el momento en el que vive el torero. Un momento que no es fruto de un tiempo concreto, sino que es consecuencia de todo el tiempo vivido. Las tandas se fueron sucediendo con eco por el fondo que llevaban impregnado. Pero, sobre todo al natural, tuvieron ese grado especial de lentitud con que está brotando el toreo de Miguel Ángel, capaz, además, de equilibrar el mando con el terciopelo y todo con un halo de naturalidad que impacta porque llena. Pase a pase, serie a serie, el diestro de Puebla de Prior fue extrayendo cada vez más calidad en las embestidas de Abotinado para luego disfrutarlas saboreándolas, paladeándolas. El colofón lo puso en esas cercanías donde Miguel Ángel Perera vive libre. Mató pronto y le fue concedido el doble premio que le abría otra puerta grande. 

 

 

El primero, de Torrehandilla, marcó demasiado pronto sus querencias a tablas, su condición mansa, su nula disposición a colaborar. Ya tuvo mérito Miguel Ángel de sujetarlo, al menos, entre las dos rayas de picar y evitar que se fuera como estaba loco por hacer. Fue así, empapándolo de muleta para taparle siempre la salida y tirando de él todo lo que a él le costaba como Perera le arrancó varias naturales sueltas muy despacio prolongándole el viaje más incluso de lo que parecía posible. Pinchó antes de la estocada final y hubo petición de oreja que el palco no atendió. 

 

La crónica de MUNDOTORO 

 

 

 

Miguel Ángel Perera sigue imparable. Este tramo de la temporada está teniendo aquello que le faltó al primero: la materialización de los triunfos, el remate con la espada, la mejor fortuna con los lotes que le correponden. No era justo lo que estaba pasando antes. Sí es lógico lo que viene pasando ahora. Perera está pleno, macizo, seguro, largo y hondo. Miguel Ángel vive uno de los mejores momentos de su vida como torero.

 

 

Y hoy lo volvió a demostrar con el segundo toro de su lote, Abotinado-88, un toro con calidad de José Vázquez, con un fondo que Perera vio antes que nadie y que se puso a esculpir hasta salcarlo por entero a los ojos de los demás. Lo hizo toreando muy a su favor. Muy despacio. Muy acompañado. Muy suave. Cuando el toro le correspondió con esa clase que le latía por dentro, Miguel Ángel lo cuajó en una faena de muleta que puso otra vez de manifiesto el momento en el que vive el torero. Un momento que no es fruto de un tiempo concreto, sino que es consecuencia de todo el tiempo vivido. Las tandas se fueron sucediendo con eco por el fondo que llevaban impregnado. Pero, sobre todo al natural, tuvieron ese grado especial de lentitud con que está brotando el toreo de Miguel Ángel, capaz, además, de equilibrar el mando con el terciopelo y todo con un halo de naturalidad que impacta porque llena. Pase a pase, serie a serie, el diestro de Puebla de Prior fue extrayendo cada vez más calidad en las embestidas de Abotinado para luego disfrutarlas saboreándolas, paladeándolas. El colofón lo puso en esas cercanías donde Miguel Ángel Perera vive libre. Mató pronto y le fue concedido el doble premio que le abría otra puerta grande. 

 

 

El primero, de Torrehandilla, marcó demasiado pronto sus querencias a tablas, su condición mansa, su nula disposición a colaborar. Ya tuvo mérito Miguel Ángel de sujetarlo, al menos, entre las dos rayas de picar y evitar que se fuera como estaba loco por hacer. Fue así, empapándolo de muleta para taparle siempre la salida y tirando de él todo lo que a él le costaba como Perera le arrancó varias naturales sueltas muy despacio prolongándole el viaje más incluso de lo que parecía posible. Pinchó antes de la estocada final y hubo petición de oreja que el palco no atendió. 

 

La crónica de MUNDOTORO