20160821-cuenca
21 de agosto de 2016
cuenca
Feria de san julián
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
JOSÉ VÁZQUEZ
Sebastián Castella
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Cayetano
  
PERERA INDULTA A ESCARCHA-62, DE JOSÉ VÁZQUEZ, EN CUENCA
 

Las circunstancias de esta temporada le debían a Miguel Ángel Perera una tarde tan plena como ésta. Tan llena de todas esas cosas por las que merece la pena ser torero. En un año en el que pocos toros están saliendo francos de verdad o en el que la espada se ha llevado tantos triunfos por delante, bien que tocaba ya un momento, un cúmulo de momentos, como todos los que se alinearon hoy en Cuenca. Como se dice de los planetas cuando todo sale perfecto. Hoy fue todo perfecto porque quiso la providencia que cruzaran sus caminos un toro bravo hasta la extenuación de nombre Escarcha-62 y un torero ardiendo por revelarse contra los elementos que le juegan a la contra. 

 

Ya con el capote, de salida, lo toreó Miguel Ángel a placer, con mucho gusto, sin probatura alguna, en lances a la verónica de trazo suave, pero que fueron cada uno de ellos una prueba misma de las condiciones del toro por cuánto le fue bajando las manos y lo despacio que lo toreó. Serie larga de recibo con hasta seis verónicas saliéndose a los medios rematada con una chicuelina y media abrochada por debajo de la cintura. Ya había medido ahí Perera que el toro repetía y que se empleaba con clase en los vuelos del capote. Y que se desplazaba y se volvía con la cara ya colocada. La misma condición que repitió luego en el variadísimo quite con el capote que le cuajó en la boca de riego. Así las cosas, el extremeño se puso a torear con la muleta de principio a fin, sin prisa pero sin pausa, sin conceder un solo segundo a otra cosa que no fuera torear y torear. Se lo sacó a los medios con una larga tanda también de ayudados por alto, donde, de nuevo, se puso de manifiesto cómo venía, cómo acudía y cómo salía Escarcha de cada muletazo, ya fueran éstos por arriba o por abajo. A partir de ahí, se fue desarrollando todo el núcleo de la faena en tandas por los dos pitones con el denominador común de su duración, de dónde enganchaba Miguel Ángel al toro y dónde lo soltaba, de cómo Escarcha se volvía con la cara ya puesta para embestir, sin levantar nunca el morro del suelo y sin mermar nunca su ambición por irse detrás de los vuelos de la franela. Incluso hubo alguna ocasión en la que el toro perdió las manos de tanto ímpetu, de tanta hambre. En esa parte central de la faena, Miguel Ángel optó por hacer que su cuerpo desaparecía de la escena. Todo él, excepto sus muñecas y su cintura, en adelante, el pilar sobre el que se fue levantando el resto de un conjunto soberbio de toreo que se derramaba en cascada, incontenible. Pases cambiados por la espalda, naturales por ambos pitones, pases de pecho que no terminaban nunca, la cintura encajada sobre sí misma, las muñecas volando libres y sueltas, sin ayuda, con media muleta, como se torea en el campo cuando se prueba y se inventa, en una constante improvisación, en un dechado de fantasía… Toreando, en definitiva. En medio de todo eso, la Plaza de Toros de Cuenca convertida en puro clamor, desatada también, entusiasmada, emocionada, feliz. Perera no se cansaba de torear ni el toro se cansaba de embestir. Como una locomotora a la que sólo le acompasaba el son la muleta despaciosa del diestro. Una locura. Una bellísima locura. Tan es así que, como podía ser de otra forma, Miguel Ángel dejó a Escarcha ante las puertas mismas de su libertad, por supuesto, toreando. Y aun así le costó irse al toro, que sólo lo hizo cuando le echaron un capote muy abajo y al que embistió más por abajo todavía. Triunfal, Miguel Ángel Perera, alzaba sus brazos abiertos entre los que cabía Cuenca entera.

 

Su segundo toro nada tuvo que ver con este primero. Se paró pronto y manseó siempre. Muy soso el toro, intentó siempre Miguel Ángel corregirle y empujarlo prolongándole el viaje para que rompiera hacia adelante. Cuando lo hizo, Perera le trazó muletazos, de nuevo, muy entregados. Le cortó Perera la oreja con la que coronó una tarde que ha sido emoción a flor de piel. La que provoca el toreo cuando irrumpe de esta forma volcánica.

Plaza de Toros de CUENCA. Tres cuartos de entrada. Se lidian toros de JOSÉ VÁZQUEZ. El segundo, de nombre Escarcha-62, fue indultado por Miguel Ángel Perera. 
 
Sebastián Castella: oreja y ovación 
Miguel Ángel Perera: dos orejas y rabo simbólicos y oreja
Cayetano: ovación y silencio
 
 
MIGU9720.JPG MIGU9730.JPG MIGU9734.JPG MIGU9755.JPG MIGU9758.JPG MIGU9782.JPG MIGU9786.JPG MIGU9796.JPG MIGU9817.JPG MIGU9822.JPG MIGU9823.JPG MIGU9833.JPG MIGU9847.JPG MIGU9850.JPG MIGU9857.JPG MIGU9870.JPG MIGU9877.JPG MIGU9890.JPG MIGU9898.JPG MIGU9928.JPG MIGU9935.JPG MIGU9953.JPG MIGU9959.JPG MIGU9960.JPG MIGU9961.JPG MIGU9962.JPG MIGU9963.JPG MIGU9964.JPG MIGU9965.JPG MIGU9966.JPG MIGU9967.JPG MIGU9968.JPG MIGU9969.JPG MIGU9970.JPG MIGU9971.JPG MIGU9972.JPG MIGU9973.JPG MIGU9974.JPG MIGU9975.JPG MIGU9976.JPG MIGU9977.JPG MIGU9978.JPG MIGU9979.JPG MIGU9980.JPG MIGU9981.JPG MIGU9982.JPG MIGU9983.JPG MIGU9984.JPG MIGU9985.JPG MIGU9986.JPG  
 

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21 de agosto de 2016
cuenca
Feria de san julián
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
JOSÉ VÁZQUEZ
Sebastián Castella
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Cayetano
  
PERERA INDULTA A ESCARCHA-62, DE JOSÉ VÁZQUEZ, EN CUENCA
 

Las circunstancias de esta temporada le debían a Miguel Ángel Perera una tarde tan plena como ésta. Tan llena de todas esas cosas por las que merece la pena ser torero. En un año en el que pocos toros están saliendo francos de verdad o en el que la espada se ha llevado tantos triunfos por delante, bien que tocaba ya un momento, un cúmulo de momentos, como todos los que se alinearon hoy en Cuenca. Como se dice de los planetas cuando todo sale perfecto. Hoy fue todo perfecto porque quiso la providencia que cruzaran sus caminos un toro bravo hasta la extenuación de nombre Escarcha-62 y un torero ardiendo por revelarse contra los elementos que le juegan a la contra. 

 

Ya con el capote, de salida, lo toreó Miguel Ángel a placer, con mucho gusto, sin probatura alguna, en lances a la verónica de trazo suave, pero que fueron cada uno de ellos una prueba misma de las condiciones del toro por cuánto le fue bajando las manos y lo despacio que lo toreó. Serie larga de recibo con hasta seis verónicas saliéndose a los medios rematada con una chicuelina y media abrochada por debajo de la cintura. Ya había medido ahí Perera que el toro repetía y que se empleaba con clase en los vuelos del capote. Y que se desplazaba y se volvía con la cara ya colocada. La misma condición que repitió luego en el variadísimo quite con el capote que le cuajó en la boca de riego. Así las cosas, el extremeño se puso a torear con la muleta de principio a fin, sin prisa pero sin pausa, sin conceder un solo segundo a otra cosa que no fuera torear y torear. Se lo sacó a los medios con una larga tanda también de ayudados por alto, donde, de nuevo, se puso de manifiesto cómo venía, cómo acudía y cómo salía Escarcha de cada muletazo, ya fueran éstos por arriba o por abajo. A partir de ahí, se fue desarrollando todo el núcleo de la faena en tandas por los dos pitones con el denominador común de su duración, de dónde enganchaba Miguel Ángel al toro y dónde lo soltaba, de cómo Escarcha se volvía con la cara ya puesta para embestir, sin levantar nunca el morro del suelo y sin mermar nunca su ambición por irse detrás de los vuelos de la franela. Incluso hubo alguna ocasión en la que el toro perdió las manos de tanto ímpetu, de tanta hambre. En esa parte central de la faena, Miguel Ángel optó por hacer que su cuerpo desaparecía de la escena. Todo él, excepto sus muñecas y su cintura, en adelante, el pilar sobre el que se fue levantando el resto de un conjunto soberbio de toreo que se derramaba en cascada, incontenible. Pases cambiados por la espalda, naturales por ambos pitones, pases de pecho que no terminaban nunca, la cintura encajada sobre sí misma, las muñecas volando libres y sueltas, sin ayuda, con media muleta, como se torea en el campo cuando se prueba y se inventa, en una constante improvisación, en un dechado de fantasía… Toreando, en definitiva. En medio de todo eso, la Plaza de Toros de Cuenca convertida en puro clamor, desatada también, entusiasmada, emocionada, feliz. Perera no se cansaba de torear ni el toro se cansaba de embestir. Como una locomotora a la que sólo le acompasaba el son la muleta despaciosa del diestro. Una locura. Una bellísima locura. Tan es así que, como podía ser de otra forma, Miguel Ángel dejó a Escarcha ante las puertas mismas de su libertad, por supuesto, toreando. Y aun así le costó irse al toro, que sólo lo hizo cuando le echaron un capote muy abajo y al que embistió más por abajo todavía. Triunfal, Miguel Ángel Perera, alzaba sus brazos abiertos entre los que cabía Cuenca entera.

 

Su segundo toro nada tuvo que ver con este primero. Se paró pronto y manseó siempre. Muy soso el toro, intentó siempre Miguel Ángel corregirle y empujarlo prolongándole el viaje para que rompiera hacia adelante. Cuando lo hizo, Perera le trazó muletazos, de nuevo, muy entregados. Le cortó Perera la oreja con la que coronó una tarde que ha sido emoción a flor de piel. La que provoca el toreo cuando irrumpe de esta forma volcánica.

Plaza de Toros de CUENCA. Tres cuartos de entrada. Se lidian toros de JOSÉ VÁZQUEZ. El segundo, de nombre Escarcha-62, fue indultado por Miguel Ángel Perera. 
 
Sebastián Castella: oreja y ovación 
Miguel Ángel Perera: dos orejas y rabo simbólicos y oreja
Cayetano: ovación y silencio
 
 
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