Oreja de peso para Miguel Ángel Perera hoy en Valencia. De peso por el poso y el fondo de la faena premiada con ese trofeo. Una faena marcada por el tiempo. Por el tempo, que llaman en la música. En definitivo, por la manera tan despacio en que fue fluyendo. Desde el primer lance. Porque no necesitó Miguel Ángel de más probaturas antes de ponerse a torear a la verónica a pies juntos a ese primero de Victoriano del Río. Lo recogió, lo mimó, lo acompañó desde el primer compás con ese ritmo que el toro pedía y que llevaba dentro. Temple: la capacidad para tomarle al toro la velocidad justo, el ritmo exacto, que precisa para romper a bueno. Lo dejó crudo en varas para cuidarlo aún más y comprobó Perera en el quite por tafalleras que el son del toro estaba en su punto. En los medios el cite y el quite entero. Quietos los pies. Volando apenas los brazos. La chicuelina en medio como preámbulo de una media verónica muy despacio rematada por debajo de la cintura del torero. Luego, Javier Ámbel se desmonteró tras un excelente tercer par.
Convencido de lo que había que hacer, se fue Miguel Ángel a los medios para citar de lejos, esperar muy quieto y cambiar por la espalda hasta por tres veces al toro de Victoriano, que acudió con alegría y repitiendo. Colosal el pase de pecho en el que Perera se rebozó por entero toreando con todo el cuerpo, abarcando por completo la embestida y el muletazo, de una hombrera a la otra. Largo el de pecho y muy despacio. Y hasta la gente y su ole se fueron detrás de él… Fue el comienzo de una faena de toreo bueno por ambos pitones. Bueno por dónde recogía el torero al toro, por cómo lo embarcaba, por cómo asumía toda su acometida, por cómo la atemperaba y la conducía hasta prolongarla y rematarla muy por abajo. Pero todo, muy despacio. Sublimemente despacio. Otra vez el de pecho, monumental. Le costó algo más al de Victoriano por el lado izquierdo hasta que Perera le convenció de que también merecía la pena. Le ayudó Miguel Ángel embebiéndolo y toreándolo sin quebrantarlo nunca, muy despacio también, dándole justo el ritmo que el toro pedía. Y éste, le correspondió con varias embestidas enclasadas en las que el extremeño se gustó y mucho. Volvió a tomar la muleta con la mano derecha y la obra siguió creciendo en calidad hasta que el toro dijo que ya no podía dar más. Después de una tanda con el cuerpo de Perera convertido en eje pétreo sobre el que se enroscaban las últimas voluntades del burel, cobró el de Puebla de Prior una estocada entera que fue suficiente. Valencia pidió la oreja con fuerza y el palco la concedió sin duda alguna. Una oreja de peso. De peso y de poso. El poso indeleble que deja el toreo que hoy hizo Miguel Ángel Perera.
Fue bruto el cuarto, segundo de su lote. Impropio de la familia. Huidizo en los primeros tercios, informal e incierto en el de banderillas al que Javier Ámbel respondió con una lidia impecable, Curro Javier con dos pares de banderillas soberbios, marca de la casa, y Guillermo Barbero con otro más dejándose llegar mucho los pitones del toro y, entre ellos, clavar con un inmaculada reunión. Seguía bronco el toro. Bruto. Pero, lúcido Miguel Ángel, puso orden a aquello con muleta autoritaria. Firme y contundente para fijar primero y conducir después siendo capaz el extremeño de desengañar por momentos al de Victoriano y convencerle de que embestir es más bonito que tanto protestar. Y así, en varias tandas por el derecho que tuvieron el fondo del buen toreo y el mérito de arrancárselas a un toro protestón y que soltaba la cara. Y que se terminó agarrando al piso hasta ahogar todos los intentos que en adelante desarrolló Perera para rematar la tarde como su disposición merecía. Fue imposible porque el toro se negó en rotundo y la espada también. Aunque la ovación final del público valenciano supo a reconocimiento sincero, a correspondencia al nivel grande que hoy desplegó Miguel Ángel Perera. Ante el bueno y ante el malo. Ante el que le dejó más y frente al que no le dejó nada. Por eso el premio de hoy es tan de peso como el torero de Perera fue tan de poso.
Oreja de peso para Miguel Ángel Perera hoy en Valencia. De peso por el poso y el fondo de la faena premiada con ese trofeo. Una faena marcada por el tiempo. Por el tempo, que llaman en la música. En definitivo, por la manera tan despacio en que fue fluyendo. Desde el primer lance. Porque no necesitó Miguel Ángel de más probaturas antes de ponerse a torear a la verónica a pies juntos a ese primero de Victoriano del Río. Lo recogió, lo mimó, lo acompañó desde el primer compás con ese ritmo que el toro pedía y que llevaba dentro. Temple: la capacidad para tomarle al toro la velocidad justo, el ritmo exacto, que precisa para romper a bueno. Lo dejó crudo en varas para cuidarlo aún más y comprobó Perera en el quite por tafalleras que el son del toro estaba en su punto. En los medios el cite y el quite entero. Quietos los pies. Volando apenas los brazos. La chicuelina en medio como preámbulo de una media verónica muy despacio rematada por debajo de la cintura del torero. Luego, Javier Ámbel se desmonteró tras un excelente tercer par.
Convencido de lo que había que hacer, se fue Miguel Ángel a los medios para citar de lejos, esperar muy quieto y cambiar por la espalda hasta por tres veces al toro de Victoriano, que acudió con alegría y repitiendo. Colosal el pase de pecho en el que Perera se rebozó por entero toreando con todo el cuerpo, abarcando por completo la embestida y el muletazo, de una hombrera a la otra. Largo el de pecho y muy despacio. Y hasta la gente y su ole se fueron detrás de él… Fue el comienzo de una faena de toreo bueno por ambos pitones. Bueno por dónde recogía el torero al toro, por cómo lo embarcaba, por cómo asumía toda su acometida, por cómo la atemperaba y la conducía hasta prolongarla y rematarla muy por abajo. Pero todo, muy despacio. Sublimemente despacio. Otra vez el de pecho, monumental. Le costó algo más al de Victoriano por el lado izquierdo hasta que Perera le convenció de que también merecía la pena. Le ayudó Miguel Ángel embebiéndolo y toreándolo sin quebrantarlo nunca, muy despacio también, dándole justo el ritmo que el toro pedía. Y éste, le correspondió con varias embestidas enclasadas en las que el extremeño se gustó y mucho. Volvió a tomar la muleta con la mano derecha y la obra siguió creciendo en calidad hasta que el toro dijo que ya no podía dar más. Después de una tanda con el cuerpo de Perera convertido en eje pétreo sobre el que se enroscaban las últimas voluntades del burel, cobró el de Puebla de Prior una estocada entera que fue suficiente. Valencia pidió la oreja con fuerza y el palco la concedió sin duda alguna. Una oreja de peso. De peso y de poso. El poso indeleble que deja el toreo que hoy hizo Miguel Ángel Perera.
Fue bruto el cuarto, segundo de su lote. Impropio de la familia. Huidizo en los primeros tercios, informal e incierto en el de banderillas al que Javier Ámbel respondió con una lidia impecable, Curro Javier con dos pares de banderillas soberbios, marca de la casa, y Guillermo Barbero con otro más dejándose llegar mucho los pitones del toro y, entre ellos, clavar con un inmaculada reunión. Seguía bronco el toro. Bruto. Pero, lúcido Miguel Ángel, puso orden a aquello con muleta autoritaria. Firme y contundente para fijar primero y conducir después siendo capaz el extremeño de desengañar por momentos al de Victoriano y convencerle de que embestir es más bonito que tanto protestar. Y así, en varias tandas por el derecho que tuvieron el fondo del buen toreo y el mérito de arrancárselas a un toro protestón y que soltaba la cara. Y que se terminó agarrando al piso hasta ahogar todos los intentos que en adelante desarrolló Perera para rematar la tarde como su disposición merecía. Fue imposible porque el toro se negó en rotundo y la espada también. Aunque la ovación final del público valenciano supo a reconocimiento sincero, a correspondencia al nivel grande que hoy desplegó Miguel Ángel Perera. Ante el bueno y ante el malo. Ante el que le dejó más y frente al que no le dejó nada. Por eso el premio de hoy es tan de peso como el torero de Perera fue tan de poso.