"LA MÚSICA CALLADA DEL TOREO"
Hoy recuerdo a Bergamín. Más que nunca. Porque no sonaron notas durante la lidia al tercer toro en La Maestranza, sin más razón que por una sinrazón que la dejó sin música. Sin embargo, sin querer hacerla sonar, sonó. Perera la hizo suya. Brotó del silencio físico para dejarla salir del alma de toda una plaza que se elevó por y para él. Y lo hizo para rendirse al torero en una faena que tuvo los acordes de la música callada del toreo. No pudo haber más verdad, más entrega, más temple, más valor. Fue sentir que quien vestía las sedas de la gloria había abandonado su cuerpo para entregarlo a la única verdad que queda en este falso mundo. Sevilla rugió, como sólo ruge Sevilla.
Sí, es cierto. No hubo música. ¡Tampoco se necesitó! Porque, de repente, surgió "el tercer oído... el que escucha las armonías superiores... Música sonora, sonora soledad".
Fue el toro animal de enormes complicaciones. No regaló ni una embestida por voluntad propia. Pero acabó tragando. Hasta entonces, tuvo que tocar Perera demasiadas teclas para no dejarse vencer con cada mirada, con cada parón. El miedo se masticaba en el ambiente. Hasta que el jodido toro acabó claudicando en una tanda inimaginable en la que Perera hilvanó una madeja de pases eternos con los pies clavados en el albero. Unas manoletinas bien ajustadas pusieron el broche de oro a una faena que, a pesar de todo el esfuerzo y la gran estocada, quedó premiada con una única oreja.
Quién sabe lo que le pasó por la cabeza al torero tras la clamorosa vuelta al ruedo. Lo que sí supimos tres toros después es que quien nace para figura no se conforma. Será por eso, porque el conformismo no va con el él, que anunciada la salida del sexto enfiló el camino dirección puerta de chiqueros. Allí, a portagayola, esperó a que saliera el animal por el túnel de los miedos.
Una vez realizada la gesta, llegó la demostración de que Perera no es un torero tan sólo de valor. Desplegó su capote para pegar un recital de toreo a la verónica profundo, en el mismo centro del redondel. Otra vez el público se puso en pié.
La cuadrilla... ¡Cómo colaboró en el desarrollo de la tarde! En el que cerraba plaza fue aplaudido Paco Doblado, como lo había sido Ignacio Rodríguez en el anterior. Y se tuvieron que desmonterar Juan Sierra y Guillermo Barbero, quien ya se había hecho en el tercero, junto a Joselito Gutiérrez.
Brindó entonces el de la Puebla del Prior al público. No anduvo sobrado ni de fuerzas ni de raza el animal. Pero, ¡cómo lo toreó! Todo por abajo, apostando por un sueño, sabiendo que lo más ansiado estaba... ¡tan cerca! El toreo en redondo tuvo tanta profundidad, tanta hondura, tanto temple, que resulta practicamente imposible explicar con palabras lo que fue pura emoción.
Pero quedaba culminar la partitura: coger la mano del corazón. Y de ella brotó, entre muchos pases buenos, un natural eterno. Pena que por ese pitón el toro no tuviera más. Volvió Perera a coger la diestra para coronar la obra con una tanda de derechazos que terminaron de convencer a un público entregado al que estaba tan cerca de ser su nuevo Príncipe. Pero no pudo ser. La espada le privó de ello.
No obstante, toda Sevilla, anda hablando de él.
Plaza de toros de la Real Maestranza de SEVILLA. Tres cuartos de entrada. Se lidian toros de Olga García Jiménez y de García Jiménez (el quinto).
El Cid: ovación con saludos y vuelta al ruedo tras leve petición.
Sebastián Castella: silencio y silencio.
Miguel Ángel Perera: oreja con leve petiición de la segunda y ovación con saludos.