El torero pacense lo ha intentado por todos los medios, cuidando a los toros desde que salían de chiqueros. La cuadrilla, como siempre, impecable, siendo las bregas de Joselito Gutiérrez y de Juan Sierra labores de enfermería. En la suerte de varas, tanto Ignacio Rodríguez como Paco Doblado sólo se ha podido limitar a cumplir con el mero trámite y, en banderillas, todos, junto a Guillermo Barbero, han sido eficaces y rápidos, en pro de dejar a los animales en las mejores condiciones para que su matador pudiera lucirse.
Con todo lo que les estamos contando, podrán entender que con el capote no se haya podido hacer nada; los de García Jiménez cantaron la gallina de sus limitadas fuerzas desde el principio. Por eso había que tratar de reservarlo todo para el trance final... aunque no puso ser. La firmeza de un Miguel Ángel Perera sobrado de facultades se dio de bruces con dos toros que no podían con su alma.
Él hizo todo lo posible por ayudarlos en cada muletazo, tirando de cada embestida con dulzura y bien despacio. Con el que hizo de tercero, Perera resplandeció al natural, arrastrando la bamba de la muleta por el albero, gustándose y gustando al público. Pero el animal se acabó cuando todo parecía que iba a comenzar a brillar. Pinchazo y estocada entera.
Peor fue, si cabe, el que cerraba plaza. Como hemos dicho al comienzo de estas líneas, fue el de mayor apariencia, pero esa fue su única virtud, pues fue soso hasta el tedio, desclasado de embestida y, encima, se rajó. Lo mandó Perera a mejor vida tras pinchazo y estocada bien arriba y hasta la empuñadura.
Plaza de toros de CASTELLÓN. Más de tres cuartos de entrada en tarde encapotada y, por momentos, lluviosa. Se lidian toros de Hermanos García Jiménez.
El Fandi: aplausos y silencio.
Sebastián Castella: oreja y oreja (se niega a salir a hombros por las protestas de un sector del público).
Miguel Ángel Perera: aplausos en su lote.