Sin embargo, tras caer el cuarto de la tarde -que se puso muy complicado para darle muerte-, gran parte del público rompió en un cariñoso aplauso, en reconocimiento al esfuerzo al que se había entregado el torero durante las lidias de sus dos toros.
El primero, de salida, sólo buscaba volver por donde había llegado. No atendió a toques de capotes hasta que, finalmente, se centró en el de Miguel Ángel Perera, para emplearse con mucha cadencia y echando la carita abajo frente a un capote que lidió muy suave. Al caballó entró con gran ímpetu; tanto, que derribó a Francisco Doblado. Así las cosas, Perera decidió que el animal no volviera a entrar al peto. A la brega de Joselito Gutiérrez respondió con temple, y echo la cara abajo cuando Juan Sierra y Guillermo Barbero le colocaron las banderillas. Pero el toro retomó el aire inicial cuando el torero se puso delante con la pañosa. La cabeza abajo, sí, pero rebañando lo que dejaba atrás y dando cabezazos. Muy incierto en las embestidas, por el izquierdo fue todavía peor. Aún así, al tomar de nuevo la muleta con la derecha, le pegó una tanda magistral en un palmo de terreno. En ese momento, quizá porque se sintió vencido, el toro se rajó.
El cuarto no dijo mucho de salida y, además, fue el más flojo del encierro. Perera lo cuidó a mimo, y Juan Sierra lo sacó del caballo de Ignacio Rodríguez perfectamente enganchado. El torero probó a hacer un quite por delantales, pero desistió al ver las codiciones del animal, que eran las justas para hacer un brindis al respetable y aprovechar las condiciones del animal, al que le inició el trasteo a pies juntos entre las rayas de picar, para sacarlo a los medios. Desde allí, la hondura de los primeros muletazos se vio ensombrecida por las cortas embestidas que daba el animal hasta que comezó a quedarse parado en medio de los muletazos. Pero Perera no se fue de entre los pitones en ningún momento. Valiente y dejándose rozar los muslos, exponiendo su cuerpo por entero, interpretó un circular al que le siguió un muletazo con cambio de espalada para ponerla en la izquierda y no enmendarse ni en un milímetro de terreno. Con toda la plaza entregada, tampoco en esta ocasión la espada quiso permitir a Perera el triunfo que había ido regando pase tras pase durante toda la tarde.
Sin embargo, tras caer el cuarto de la tarde -que se puso muy complicado para darle muerte-, gran parte del público rompió en un cariñoso aplauso, en reconocimiento al esfuerzo al que se había entregado el torero durante las lidias de sus dos toros.
El primero, de salida, sólo buscaba volver por donde había llegado. No atendió a toques de capotes hasta que, finalmente, se centró en el de Miguel Ángel Perera, para emplearse con mucha cadencia y echando la carita abajo frente a un capote que lidió muy suave. Al caballó entró con gran ímpetu; tanto, que derribó a Francisco Doblado. Así las cosas, Perera decidió que el animal no volviera a entrar al peto. A la brega de Joselito Gutiérrez respondió con temple, y echo la cara abajo cuando Juan Sierra y Guillermo Barbero le colocaron las banderillas. Pero el toro retomó el aire inicial cuando el torero se puso delante con la pañosa. La cabeza abajo, sí, pero rebañando lo que dejaba atrás y dando cabezazos. Muy incierto en las embestidas, por el izquierdo fue todavía peor. Aún así, al tomar de nuevo la muleta con la derecha, le pegó una tanda magistral en un palmo de terreno. En ese momento, quizá porque se sintió vencido, el toro se rajó.
El cuarto no dijo mucho de salida y, además, fue el más flojo del encierro. Perera lo cuidó a mimo, y Juan Sierra lo sacó del caballo de Ignacio Rodríguez perfectamente enganchado. El torero probó a hacer un quite por delantales, pero desistió al ver las codiciones del animal, que eran las justas para hacer un brindis al respetable y aprovechar las condiciones del animal, al que le inició el trasteo a pies juntos entre las rayas de picar, para sacarlo a los medios. Desde allí, la hondura de los primeros muletazos se vio ensombrecida por las cortas embestidas que daba el animal hasta que comezó a quedarse parado en medio de los muletazos. Pero Perera no se fue de entre los pitones en ningún momento. Valiente y dejándose rozar los muslos, exponiendo su cuerpo por entero, interpretó un circular al que le siguió un muletazo con cambio de espalada para ponerla en la izquierda y no enmendarse ni en un milímetro de terreno. Con toda la plaza entregada, tampoco en esta ocasión la espada quiso permitir a Perera el triunfo que había ido regando pase tras pase durante toda la tarde.