20130809-cartelvalencia
15 de marzo de 2005
VALENCIA
Feria de FALLAS
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
FUENTE YMBRO
Finito de Córdoba
El Cid
MIGUEL ÁNGEL PERERA
 

 

Zabala De La Serna - ABC.es
VALENCIA | El mayor y más bello espectáculo del mundo
VALENCIA - Tarde para no olvidar en muchos años. Cuajadas las horas sobre la base de un corridón de Fuente Ymbro, no hubo lugar a un respiro. La Fiesta es, pero se convirtió ayer, en el mayor y más bello espectáculo del mundo, un circo sin red, donde la autenticidad y la fragilidad de los artistas se hacen realidad en el alambre incierto de las embestidas encastadas del toro. Ésa es la clave, el toro. Y los toros de Ricardo Gallardo se movieron en son, con disparejas hechuras, todas serias, más propicias para el arte que las que ofrecieron sus hermanos muertos de Castellón.

El Cid es mucho Cid, y el año debe ser suyo sin resquicios. Salvo que empiece a pinchar como en el quinto. Vaya segunda mitad de faena, sobre la mano izquierda, cumbres las series, aquilatadas en manojos de cuatro y cinco naturales de oro y seda y en un broche por bajo para la posteridad; la primera parte, con esa mole de 605 kilos moviéndose más brusca y con cierta retranca, arrollando a veces, contuvo sobriedad, sin la estética o el acompañamiento que no propiciaban las embestidas arrojadas al por mayor, sin la categoría del pitón izquierdo. La fe le falló con la tizona, a todos nos falla muchas veces, salvo que jugaba la razón también, y el toro estaba encogido para la suerte o la muerte. Lo que debió ser puerta grande se redujo a vuelta al ruedo de ley, como la oreja al segundo, más escurrido, más liviano, más fino en todo. El quite por delantales, las chicuelinas atomasadas de Perera, la brega del Alcalareño a una mano. ¡Cuántas cosas! Y de repente la izquierda de El Cid, pronto. Temple para un punto endeble del buen toro. Cuatro naturales en el sitio, luego seis, ligados, con un empaque y un aroma del Chenel de los ochenta. Había interrupciones en las tandas que pedía el toro, para recuperarse, para recolocarse el torero. Los redondos últimos llamaron a las puertas del cielo, y la estocada, que luego faltaría en la mejor faena posterior.

Pero, hablando de pureza, llega Miguel Ángel Perera, a continuación, con un fuenteymbro más enmorrillado o aleonado en la línea Jandilla, y le pone la panza de la muleta tras un pase inverosímil del péndulo. Y lo revienta en tres series para las que hace falta ser mucho toro para no reventarse, bajando tanto la mano, enganchados los viajes tan adelante, guiados atrás, las zapatillas hundidas. Cuando presentó la izquierda, una serie tarde, el cuatreño se había apagado. Las bernadinas de empaque subieron la emoción a las gradas y el estoconazo en los medios le izaron con un trofeo. Trofeo que perdió con el sexto, el garbanzo negro del sexteto, por cabezonería presidencial y suya: las faenas tienen un punto en las que el torero ha de medir la temperatura del público y el depósito del toro. Bastante había tragado con las embestidas sin fijeza y descompuestas que lamieron las espinillas.

¿Y Finito? Pues Finito cuenta con un cliché que a la gente le cuesta romper. Pero Juan Serrano dibujó muletazos -al que rompió plaza dignos de una antología-, con un enemigo alegre y divino de formas, quebrantado por un volatín, fino como el matador de Córdoba, que se debió emplear más a fondo (¿por qué tan cortas las series?) como hizo con el más bastote cuarto, cuando su ánimo rompió clichés, toreando con cierta velocidad pero con la mano diestra muy baja. Punto y aparte para Curro Molina con los palos. Punto final a la crónica.

 

Finito de Córdoba, 
El Cid, 
Miguel Angel Perera, oreja y ovación

 
 

20130809-cartelvalencia
15 de marzo de 2005
VALENCIA
Feria de FALLAS
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
FUENTE YMBRO
Finito de Córdoba
El Cid
MIGUEL ÁNGEL PERERA
 

 

Zabala De La Serna - ABC.es
VALENCIA | El mayor y más bello espectáculo del mundo
VALENCIA - Tarde para no olvidar en muchos años. Cuajadas las horas sobre la base de un corridón de Fuente Ymbro, no hubo lugar a un respiro. La Fiesta es, pero se convirtió ayer, en el mayor y más bello espectáculo del mundo, un circo sin red, donde la autenticidad y la fragilidad de los artistas se hacen realidad en el alambre incierto de las embestidas encastadas del toro. Ésa es la clave, el toro. Y los toros de Ricardo Gallardo se movieron en son, con disparejas hechuras, todas serias, más propicias para el arte que las que ofrecieron sus hermanos muertos de Castellón.

El Cid es mucho Cid, y el año debe ser suyo sin resquicios. Salvo que empiece a pinchar como en el quinto. Vaya segunda mitad de faena, sobre la mano izquierda, cumbres las series, aquilatadas en manojos de cuatro y cinco naturales de oro y seda y en un broche por bajo para la posteridad; la primera parte, con esa mole de 605 kilos moviéndose más brusca y con cierta retranca, arrollando a veces, contuvo sobriedad, sin la estética o el acompañamiento que no propiciaban las embestidas arrojadas al por mayor, sin la categoría del pitón izquierdo. La fe le falló con la tizona, a todos nos falla muchas veces, salvo que jugaba la razón también, y el toro estaba encogido para la suerte o la muerte. Lo que debió ser puerta grande se redujo a vuelta al ruedo de ley, como la oreja al segundo, más escurrido, más liviano, más fino en todo. El quite por delantales, las chicuelinas atomasadas de Perera, la brega del Alcalareño a una mano. ¡Cuántas cosas! Y de repente la izquierda de El Cid, pronto. Temple para un punto endeble del buen toro. Cuatro naturales en el sitio, luego seis, ligados, con un empaque y un aroma del Chenel de los ochenta. Había interrupciones en las tandas que pedía el toro, para recuperarse, para recolocarse el torero. Los redondos últimos llamaron a las puertas del cielo, y la estocada, que luego faltaría en la mejor faena posterior.

Pero, hablando de pureza, llega Miguel Ángel Perera, a continuación, con un fuenteymbro más enmorrillado o aleonado en la línea Jandilla, y le pone la panza de la muleta tras un pase inverosímil del péndulo. Y lo revienta en tres series para las que hace falta ser mucho toro para no reventarse, bajando tanto la mano, enganchados los viajes tan adelante, guiados atrás, las zapatillas hundidas. Cuando presentó la izquierda, una serie tarde, el cuatreño se había apagado. Las bernadinas de empaque subieron la emoción a las gradas y el estoconazo en los medios le izaron con un trofeo. Trofeo que perdió con el sexto, el garbanzo negro del sexteto, por cabezonería presidencial y suya: las faenas tienen un punto en las que el torero ha de medir la temperatura del público y el depósito del toro. Bastante había tragado con las embestidas sin fijeza y descompuestas que lamieron las espinillas.

¿Y Finito? Pues Finito cuenta con un cliché que a la gente le cuesta romper. Pero Juan Serrano dibujó muletazos -al que rompió plaza dignos de una antología-, con un enemigo alegre y divino de formas, quebrantado por un volatín, fino como el matador de Córdoba, que se debió emplear más a fondo (¿por qué tan cortas las series?) como hizo con el más bastote cuarto, cuando su ánimo rompió clichés, toreando con cierta velocidad pero con la mano diestra muy baja. Punto y aparte para Curro Molina con los palos. Punto final a la crónica.

 

Finito de Córdoba, 
El Cid, 
Miguel Angel Perera, oreja y ovación

 
 
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