Entró de puntillas y se fue en volandas. El mejor Perera de otros muchos momentos de la temporada apareció también en Gijón, una plaza tan suya, para cuajar una tarde marcada por la madurez, la redondez y la rotundidad de su momento en dos faenas de plenitud y cuajo ante dos toros de excelente condición. Tuvo Miguel Ángel el material propicio y lo aprovechó. A ambos, de principio a fin. Un empaque especial tuvo su toreo con el capote al primero de su par. De rodillas y a la verónica, encajado, e incluso, relajado, en el recibo para luego regalar un quite marcado por la variedad y el vuelo despacioso y limpio del percal del extremeño. Fue el preámbulo de la faena de muleta, intenso también porque, de igual modo, lo comenzó de hinojos, en pases cambiados y en muletazos en redondo donde ya se dejó ver el pulso de poder a poder que fueron librando en adelante el diestro y el bravo ejemplar de Juan Pedro. Todo a partir de ahí fue a más por la dimensión de cada tanda que dejaba Perera. Hondas todas, por abajo todas –ya fueran en redondo o al natural-, muy templadas todas. Y limpias. Impecables. Con eco. Ese eco del clamor del tendido de El Bibio, entregado a un Miguel Ángel completamente a placer. Y eso que, por bravo, exigió el toro, pero es justo por eso, por bravo y por exigente, que aceptó y permitió que emergiera lo más puro de la esencia pererita. Esos “ochos” que dice Emilio Muñoz. Cortó una oreja, que habrían sido dos de haber matado al primer intento.
Justo lo mismo que sucedió en el sexto, cuando otra vez tuvo el diestro de Puebla del Prior el doble trofeo en sus manos, que se quedó en uno también porque pinchó en primera instancia. Se pareció mucho este trasteo al anterior porque tuvo sus mismos pilares. Esto es, la profundidad, no sólo en los finales, sino ya en los inicios por cómo presentaba Perera su muleta tan arrastrada para, siempre así, viajar muy por abajo hasta el final. Por los dos pitones, aunque quizá fue al natural por donde su toreó alcanzó una brillantez mayor. No rectificaba ni el aliento Miguel Ángel al inicio de cada muletazo: tal cual lo planteaba, así lo ejecutaba, con lo que el poso de todo fue de nivel cumbre. En el tramo final, impuso esa parte tan suya que consiste en el dominio total pisando los terrenos donde terrenos no existen. Fue la guinda al pastel de tanto mando. Así que se fue Perera a hombros de Gijón. Otra vez. Como tantas veces. Cumbre.
Entró de puntillas y se fue en volandas. El mejor Perera de otros muchos momentos de la temporada apareció también en Gijón, una plaza tan suya, para cuajar una tarde marcada por la madurez, la redondez y la rotundidad de su momento en dos faenas de plenitud y cuajo ante dos toros de excelente condición. Tuvo Miguel Ángel el material propicio y lo aprovechó. A ambos, de principio a fin. Un empaque especial tuvo su toreo con el capote al primero de su par. De rodillas y a la verónica, encajado, e incluso, relajado, en el recibo para luego regalar un quite marcado por la variedad y el vuelo despacioso y limpio del percal del extremeño. Fue el preámbulo de la faena de muleta, intenso también porque, de igual modo, lo comenzó de hinojos, en pases cambiados y en muletazos en redondo donde ya se dejó ver el pulso de poder a poder que fueron librando en adelante el diestro y el bravo ejemplar de Juan Pedro. Todo a partir de ahí fue a más por la dimensión de cada tanda que dejaba Perera. Hondas todas, por abajo todas –ya fueran en redondo o al natural-, muy templadas todas. Y limpias. Impecables. Con eco. Ese eco del clamor del tendido de El Bibio, entregado a un Miguel Ángel completamente a placer. Y eso que, por bravo, exigió el toro, pero es justo por eso, por bravo y por exigente, que aceptó y permitió que emergiera lo más puro de la esencia pererita. Esos “ochos” que dice Emilio Muñoz. Cortó una oreja, que habrían sido dos de haber matado al primer intento.
Justo lo mismo que sucedió en el sexto, cuando otra vez tuvo el diestro de Puebla del Prior el doble trofeo en sus manos, que se quedó en uno también porque pinchó en primera instancia. Se pareció mucho este trasteo al anterior porque tuvo sus mismos pilares. Esto es, la profundidad, no sólo en los finales, sino ya en los inicios por cómo presentaba Perera su muleta tan arrastrada para, siempre así, viajar muy por abajo hasta el final. Por los dos pitones, aunque quizá fue al natural por donde su toreó alcanzó una brillantez mayor. No rectificaba ni el aliento Miguel Ángel al inicio de cada muletazo: tal cual lo planteaba, así lo ejecutaba, con lo que el poso de todo fue de nivel cumbre. En el tramo final, impuso esa parte tan suya que consiste en el dominio total pisando los terrenos donde terrenos no existen. Fue la guinda al pastel de tanto mando. Así que se fue Perera a hombros de Gijón. Otra vez. Como tantas veces. Cumbre.