Federico Arnás exalta la tarde de Perera en Sevilla

El periodista Federico Arnás resalta, en su columna de la revista 6TOROS6, la magistral actuación de Miguel Ángel Perera en la pasada feria sevillana de San Miguel.  

 

MENSAJE DE PERFECCIÓN

 

En esa faena hubo algo más, quién sabe si un punto de inflexión en su contrastada y perfeccionista carrera. Era el tercer toro de la segunda tarde de la sevillana San Miguel. Su hierro, Hermanos García Jiménez, toro dentro de una corrida deficiente de presentación no sólo por la escasez de trapío de alguno de los que saltaron al ruedo, sino también por la fealdad de hechuras. Cuesta creer que este mismo lote estuviera reseñado desde febrero, cuando se presentó el abono. Son muchos meses los transcurridos desde que se anuncia la otoñal feria sevillana hasta que llega la hora de embarcar, por lo que no extraña que en este tiempo más de uno cause baja. Claro que para salvar esos imprevistos la ganadería debe de disponer de un buen fondo de armario. No pareció el caso. Volvamos al toro en concreto, a “Carcelero II”, en absoluto nada sencillo, todo lo contrario. De esos que desparraman intenciones y generan dudas hasta quitarte el sitio. Unas veces tomaba el engaño en línea recta y otras se metía por dentro, a lo que añadía un pequeño cambio de velocidad en el tranco. Un poco más franco por el derecho y muy complicado por el izquierdo. Pero tenía delante a una muleta colosal que conjuga el látigo de la dominación con la seda de un temple fuera de lo común. Pensaba desde el tendido que una vez comprobado lo que costaba ponerse con la mano en la izquierda el torero volvería a la derecha en busca de un poco más de confort. Infundía menos temores por ahí, a lo que se sumaba una muleta que montada con la espada ganaba en superficie de un lado y en mayor control en el toque de otro, porque a las incertidumbres del toro se sumaba la rifa del viento. Pero el hombre de celeste y oro se propuso meterle al “garcía” en la vereda del camino izquierdo a pesar de que los riesgos se incrementaban notablemente. Una, dos, tres… y alguna vez más tuvo que esquivar la cornada encogiendo el vientre. Hasta que “Carcelero” se vio prisionero de aquel torero que había conquistado a quien le puso a prueba durante unos intensos minutos. Y entonces llegó el punto de inflexión al que hacía referencia. Sabedor de que en el albero sólo había un ordeno y mano, el suyo, se colocó para desplegar la que puede ser la serie de pases más larga de la temporada. Fueron diecisiete con el torero quieto, firme, impertérrito y el toro acatando el sometimiento categórico. Entregado. Me recordó a esas dominaciones absolutas del conquistador Ojeda, el explorador que descubrió tierras hasta entonces vírgenes de huellas. Sin salir de Sevilla, por citar un ejemplo, la faena a “Dédalo” de Juan Pedro Domecq. Y me vino a la memoria una portentosa actuación de Jesulín, precisamente en otra feria de San Miguel, la del 92, ante un toro de Diego Garrido. Cumbre el de Ubrique cuando todavía no había alcanzado la explosión que llegaría poco tiempo después. Volvamos a lo que nos ocupa. Cerró el torero de celeste aquella sucesión de pases infinita y los tendidos se pusieron en pie. Poco faltó para hacerle la ola. Si no es Sevilla lo mismo la vemos. Imponente, mejor imposible, igual poco posible. Y después unas manoletinas ceñidas, pero más comunes, y la estocada. Oreja de valor incalculable.

 

Pero había un algo más en aquella faena. El torero de la tersa perfección había logrado romper una pequeña capa de hielo que en otras ocasiones le separaba de los espectadores. No había relación directa entre la admiración que provocaba en los profesionales atentos desde el callejón y la reacción, positiva pero menos cálida de lo que merecía, de un público que parecía asistir satisfecho, pero sin gran sorpresa, a la contemplación de esas faenas impolutas, como si torear así fuera sencillo. Pasa a veces con la belleza perfecta, de tan perfecta que es parece irreal, virtual, fría. Aquella capa de cierto distanciamiento había quedado rota en miles de pedazos, tantos como espectadores. El torero había descubierto un nuevo camino dentro de la perfección. Una vía de acceso por la que muy pocos pueden seguirle. Y después estuvo cerca de salir por la del Príncipe. Como sabe que la puerta de chiqueros de Sevilla es de las pocas que logran mantenerse en la memoria del espectador cuando el torero se perfila a matar, se fue a recibir al del segundo turno con las rodillas clavadas. Pasó el toro en la larga y luego en un lote de verónicas muy bien manejadas. Toro bastante más claro que el anterior al que administró sus virtudes. Otra vez rozando la excelencia hasta que con la espada la del Príncipe quedó sellada. Le habrá importando, faltaría más, pero esa primera faena le ha abierto otras puertas para entrar en comunicación directísima con el público. Era una de las numerosas obras grandes en un año para coleccionar en vídeo. Brutal. Aguardo con inquietud la llegada de marzo para volver a disfrutar de un torero en permanente crecimiento. No sé a dónde llegara, él tal vez sí. Por cierto, se me ha olvidado escribir, por si alguno no lo ha descubierto, su nombre. Perera, Miguel Ángel del toreo.

Federico Arnás exalta la tarde de Perera en Sevilla

El periodista Federico Arnás resalta, en su columna de la revista 6TOROS6, la magistral actuación de Miguel Ángel Perera en la pasada feria sevillana de San Miguel.  

 

MENSAJE DE PERFECCIÓN

 

En esa faena hubo algo más, quién sabe si un punto de inflexión en su contrastada y perfeccionista carrera. Era el tercer toro de la segunda tarde de la sevillana San Miguel. Su hierro, Hermanos García Jiménez, toro dentro de una corrida deficiente de presentación no sólo por la escasez de trapío de alguno de los que saltaron al ruedo, sino también por la fealdad de hechuras. Cuesta creer que este mismo lote estuviera reseñado desde febrero, cuando se presentó el abono. Son muchos meses los transcurridos desde que se anuncia la otoñal feria sevillana hasta que llega la hora de embarcar, por lo que no extraña que en este tiempo más de uno cause baja. Claro que para salvar esos imprevistos la ganadería debe de disponer de un buen fondo de armario. No pareció el caso. Volvamos al toro en concreto, a “Carcelero II”, en absoluto nada sencillo, todo lo contrario. De esos que desparraman intenciones y generan dudas hasta quitarte el sitio. Unas veces tomaba el engaño en línea recta y otras se metía por dentro, a lo que añadía un pequeño cambio de velocidad en el tranco. Un poco más franco por el derecho y muy complicado por el izquierdo. Pero tenía delante a una muleta colosal que conjuga el látigo de la dominación con la seda de un temple fuera de lo común. Pensaba desde el tendido que una vez comprobado lo que costaba ponerse con la mano en la izquierda el torero volvería a la derecha en busca de un poco más de confort. Infundía menos temores por ahí, a lo que se sumaba una muleta que montada con la espada ganaba en superficie de un lado y en mayor control en el toque de otro, porque a las incertidumbres del toro se sumaba la rifa del viento. Pero el hombre de celeste y oro se propuso meterle al “garcía” en la vereda del camino izquierdo a pesar de que los riesgos se incrementaban notablemente. Una, dos, tres… y alguna vez más tuvo que esquivar la cornada encogiendo el vientre. Hasta que “Carcelero” se vio prisionero de aquel torero que había conquistado a quien le puso a prueba durante unos intensos minutos. Y entonces llegó el punto de inflexión al que hacía referencia. Sabedor de que en el albero sólo había un ordeno y mano, el suyo, se colocó para desplegar la que puede ser la serie de pases más larga de la temporada. Fueron diecisiete con el torero quieto, firme, impertérrito y el toro acatando el sometimiento categórico. Entregado. Me recordó a esas dominaciones absolutas del conquistador Ojeda, el explorador que descubrió tierras hasta entonces vírgenes de huellas. Sin salir de Sevilla, por citar un ejemplo, la faena a “Dédalo” de Juan Pedro Domecq. Y me vino a la memoria una portentosa actuación de Jesulín, precisamente en otra feria de San Miguel, la del 92, ante un toro de Diego Garrido. Cumbre el de Ubrique cuando todavía no había alcanzado la explosión que llegaría poco tiempo después. Volvamos a lo que nos ocupa. Cerró el torero de celeste aquella sucesión de pases infinita y los tendidos se pusieron en pie. Poco faltó para hacerle la ola. Si no es Sevilla lo mismo la vemos. Imponente, mejor imposible, igual poco posible. Y después unas manoletinas ceñidas, pero más comunes, y la estocada. Oreja de valor incalculable.

 

Pero había un algo más en aquella faena. El torero de la tersa perfección había logrado romper una pequeña capa de hielo que en otras ocasiones le separaba de los espectadores. No había relación directa entre la admiración que provocaba en los profesionales atentos desde el callejón y la reacción, positiva pero menos cálida de lo que merecía, de un público que parecía asistir satisfecho, pero sin gran sorpresa, a la contemplación de esas faenas impolutas, como si torear así fuera sencillo. Pasa a veces con la belleza perfecta, de tan perfecta que es parece irreal, virtual, fría. Aquella capa de cierto distanciamiento había quedado rota en miles de pedazos, tantos como espectadores. El torero había descubierto un nuevo camino dentro de la perfección. Una vía de acceso por la que muy pocos pueden seguirle. Y después estuvo cerca de salir por la del Príncipe. Como sabe que la puerta de chiqueros de Sevilla es de las pocas que logran mantenerse en la memoria del espectador cuando el torero se perfila a matar, se fue a recibir al del segundo turno con las rodillas clavadas. Pasó el toro en la larga y luego en un lote de verónicas muy bien manejadas. Toro bastante más claro que el anterior al que administró sus virtudes. Otra vez rozando la excelencia hasta que con la espada la del Príncipe quedó sellada. Le habrá importando, faltaría más, pero esa primera faena le ha abierto otras puertas para entrar en comunicación directísima con el público. Era una de las numerosas obras grandes en un año para coleccionar en vídeo. Brutal. Aguardo con inquietud la llegada de marzo para volver a disfrutar de un torero en permanente crecimiento. No sé a dónde llegara, él tal vez sí. Por cierto, se me ha olvidado escribir, por si alguno no lo ha descubierto, su nombre. Perera, Miguel Ángel del toreo.

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