20180629 algeciras02
29 de junio de 2018
ALGECIRAS
Feria REAL
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
NÚÑEZ DEL CUVILLO y JANDILLA
José Tomás
MIGUEL ÁNGEL PERERA
  
PERERA INDULTA A LIBÉLULA EN ALGECIRAS
 
Ya desde por la mañana, había algo especial en lo que Miguel Ángel Perera transmitía. En sus palabras y en su voz, en la expresión de su mirada, en la seguridad de su actitud. Transmitía relajo, estar muy a gusto. Y cuando Miguel Ángel está así, es que Perera va a ser dueño de algo grande. De algo muy grande, más bien. Su faena a Libélula-95, el segundo de su terna de jandillas de hoy, fue sublime, un luminoso derroche de licores caros. Porque se dio por entero el diestro desde el recibo a la verónica, mecido y de manos caídas hasta donde no pueden caer más, con el que sacó al astado a los medios. La primera entrega de la otra parte que vino después, un quite deslumbrante de variedad y frescura alternando chicuelinas, tafalleras y gaoneras con una exactitud de latidos del corazón, de tan a compás, de tan en su tiempo, de tan a su golpe de ritmo. Juan Sierra y Guillermo Barbero en banderillas y Curro Javier en la brega con el capote firmaron un segundo tercio de muchos quilates. Se desmonteraron los dos primeros. Debieron hacerlo los tres. Mientras Algeciras aplaudía a sus hombres, Miguel Ángel, decidido y seguro, con el paso sereno pero impaciente de quien va en busca de eso algo grande que hoy vino a hacer, se puso camino de los medios para brindar su obra a miles de almas que luego vibraron como un alma única por mor de su magisterio y de su despliegue de torería tan apabullante, tan desbordante. En los medios marcó su territorio y ahí, sin prisas, esperó que Libélula se centrara en su llamada para ya no ser más dos ninguno de los dos, sino sólo uno. Tuvo majestad ese inicio, con pases cambiados por la espalda, en los que, hasta desde el tendido, se sentía quemar el roce de los pitones del toro con el aura de Perera. Impávido, impresionante. El toreo cayendo a plomo pero con la sutileza y delicadeza de una pluma que volara. Ya entonces estaba Algeciras en pie. Lo siguiente fue aún más excelso: el toreo en redondo del extremeño a un toro haciendo monumento de la bravura y de la entrega. Desde lejos hasta más lejos, ligadísimo todo, seis o siete pases sumando uno solo, girando sobre los talones, la muleta siempre puesta, a centímetros de la entregada embestida de Libélula, la mano cada vez más por abajo y el brazo más hacia atrás. Creciendo el toreo en todos sus parámetros. Sonaba hondo el clamor de Algeciras con el mismo eco del toreo de Miguel Ángel Perera, que tomó luego la mano izquierda para seguir esculpiendo una obra bella y compacta, rotunda y redonda, sencillamente genial.
 

En ese punto, el torero sabía ya que el toro era de indulto. Es más, quería el indulto y la gloria del para siempre para su cómplice de tamaña sinfonía. Y lo hizo posible en un tramo de la faena del que se puede identificar el inicio, pero nunca cuándo terminó. Porque no tuvo parangón aquello. Ni medida conocida, ni antecedente que se le recuerde. Porque nada fue pensado, todo sentido según fluía. Por delante, por detrás, e incluso, a través, porque alguna vez hubo que pareció que le arrollara sin que le arrollara. ¿Por dónde se pasó Miguel Ángel tantas veces al toro? Hizo con él lo que quiso, con la muñeca como rota, como sin límites. Un prestidigitador, un mago, un ilusionista. Un portento de capacidad y de dominio. Se fue del toro mientras la plaza se llenaba de pañuelos blancos. Y se fue despacio Perera, sabiendo que era cuestión de que esa locura se fuera cociendo sola. Y ordenó a su cuadrilla que dejara solo a Libélula. Y cuando volvió a él, lo hizo para enjaretarle una señorial tanda de manoletinas, de solemnidad catedralicia. No cabía esperar más: asomó el pañuelo naranja, explotó la felicidad –la primera, la del torero- en aquellas doce mil almas, simuló el diestro la suerte final para concederle a su compañero de baile la más bella y alta de las suertes. De la mano le llevó de vuelta a su gloria. Y se fue pronto Libélula al encuentro de su eternidad. Esa misma en la que ya vive esta faena de Miguel Ángel Perera, de la que se hablará por mucho porque hay cosas que ya no se olvidan nunca.

 

Lástima el extraño que le hizo la espada al entrar a matar a su primer toro porque fue la suya faena de dos orejas. Por la firmeza y la quietud ante un toro incierto de Jandilla, mejor en el inicio de sus embestidas que en los finales, donde protestó airado y, por momento, con feas maneras. Nada de eso le importó a Miguel Ángel, quien todo se lo hizo como si fuera bueno. Desde que, de salida, se fuera suelto y él lo recogiera en cada encuentro con paciencia y gusto en cada uno de sus lances. El quite por tafalleras fue de una despaciosidad privilegiada. Se desmonteró Javier Ambel tras un buen tercio de banderillas y fue éste el prólogo de la faena de muleta, en la que Perera desplegó ese soberbio valor que le fluye de natural para dominar y corregir actitudes ingratas como las del Jandilla. Y ya se la jugó en los doblones del comienzo, recogiendo al toro todo lo corto que se quedaba, sin corregir nunca la posición ni su intención, tragando y mandando a base de soportar coladas y frenadas que levantaron más de un “uy”. Lo citó de largo luego en cada serie, esperándolo para traerse al cuatreño ya toreado desde los flecos primeros de la muleta, reduciendo su ritmo en el viaje y buscando rematar éste por abajo por más que protestara el toro, descompuesto y sin entrega en esos centímetros finales de cada acometida. El pulso en este punto fue para aficionados. Proverbial porque ni una vez lo tocó la franela por más que el de Jandilla quisiera mandarla por los aires.

 

Las tandas del núcleo de la faena tuvieron entonces la virtud de cómo amplió Miguel Ángel el tranco de su oponente y, siempre, sin que rozara siquiera la tela. Temple puro. Tuvieron eco ronco esos muletazos abrochados con pases de pecho de factura interminable. Llegó entonces la traca final, la moneda al aire, el cara o cruz, la verdad desnudo. Se paró Perera y giró entonces todo el toreo y la incertidumbre en cada acometida del toro alrededor de sus muslos y de su cintura. Sólo se movían las muñecas, firmes, pero impávidas a la vez. Y giraba el astado después de volver allí donde lo mandaba Miguel Ángel y, al regreso, se encontraba con las piernas del hombre entregado a su suerte, pero haciendo que la suerte fuera la que dictara su voluntad. Hubo momentos en que pareciera imposible que el toro no lo arrollara, pero no lo arrolló. Lo evitó la firmeza en las plantas y en los toques de un coloso que asustaba al miedo. Se le entregó la plaza porque no podía ser de otra manera. Se le puso en pie, que es como el público de toros declama su reconocimiento total. Lástima de ese extraño de la espada, lo único destemplado de una obra que fue pura verdad dicha y hecha despacio, muy despacio, muy muy despacio.

 

Tuvo poco fondo el sexto, que le faltó fuelle y raza. En un gesto de enorme torería y en señal de respeto, cariño y admiración, el brindó el toro Miguel Ángel a José Tomás. Pero se rindió pronto el cuatreño y, a pesar de que Perera le recetó la medicina del toreo planteado con bien, le robó eco a su actitud la apagada condición del Jandilla. Mató después de un pinchazo y Algeciras le tributó una encendida ovación de reconocimiento por la dimensión, la huella y el eco en el conjunto de una tarde, que ya lo es para el recuerdo.

Plaza de Toros de ALGECIRAS. Lleno en los tendidos. Se lidian toros de NÚÑEZ DEL CUVILLO y JANDILLA
 
José Tomás: dos orejas, ovación y vuelta al ruedo
Miguel Ángel Perera: oreja, dos orejas y rabo simbólicos y ovación
 
 
 
MIGU2436.JPG MIGU2453.JPG MIGU2466.JPG MIGU2470.JPG MIGU2495.JPG MIGU2498.JPG MIGU2506.JPG MIGU2512.JPG MIGU2529.JPG MIGU2537.JPG MIGU2544.JPG MIGU2555.JPG MIGU2561.JPG MIGU2570.JPG MIGU2629.JPG MIGU2630.JPG MIGU2631.JPG MIGU2661.JPG MIGU2664.JPG MIGU2666.JPG MIGU2681.JPG MIGU2688.JPG MIGU2692.JPG MIGU2694.JPG MIGU2700.JPG MIGU2779.JPG MIGU2782.JPG MIGU2787.JPG MIGU2795.JPG MIGU2802.JPG MIGU2853.JPG MIGU2858.JPG MIGU2869.JPG MIGU2872.JPG MIGU2880.JPG MIGU2895.JPG MIGU2897.JPG MIGU2933.JPG MIGU2938.JPG MIGU2943.JPG MIGU2949.JPG MIGU3006.JPG MIGU3007.JPG MIGU3008.JPG MIGU3026.JPG MIGU3033.JPG MIGU3035.JPG MIGU3036.JPG MIGU3044.JPG MIGU3088.JPG MIGU3097.JPG MIGU3103.JPG MIGU3127.JPG MIGU3128.JPG MIGU3132.JPG MIGU3134.JPG MIGU3150.JPG MIGU3159.JPG MIGU3166.JPG MIGU3181.JPG MIGU3195.JPG MIGU3215.JPG MIGU3244.JPG MIGU3256.JPG MIGU3272.JPG MIGU3273.JPG MIGU3278.JPG MIGU3280.JPG MIGU3285.JPG MIGU3308.JPG MIGU3317.JPG MIGU3327.JPG MIGU3328.JPG MIGU3368.JPG MIGU3371.JPG MIGU3392.JPG MIGU3404.JPG
 

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29 de junio de 2018
ALGECIRAS
Feria REAL
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
NÚÑEZ DEL CUVILLO y JANDILLA
José Tomás
MIGUEL ÁNGEL PERERA
  
PERERA INDULTA A LIBÉLULA EN ALGECIRAS
 
Ya desde por la mañana, había algo especial en lo que Miguel Ángel Perera transmitía. En sus palabras y en su voz, en la expresión de su mirada, en la seguridad de su actitud. Transmitía relajo, estar muy a gusto. Y cuando Miguel Ángel está así, es que Perera va a ser dueño de algo grande. De algo muy grande, más bien. Su faena a Libélula-95, el segundo de su terna de jandillas de hoy, fue sublime, un luminoso derroche de licores caros. Porque se dio por entero el diestro desde el recibo a la verónica, mecido y de manos caídas hasta donde no pueden caer más, con el que sacó al astado a los medios. La primera entrega de la otra parte que vino después, un quite deslumbrante de variedad y frescura alternando chicuelinas, tafalleras y gaoneras con una exactitud de latidos del corazón, de tan a compás, de tan en su tiempo, de tan a su golpe de ritmo. Juan Sierra y Guillermo Barbero en banderillas y Curro Javier en la brega con el capote firmaron un segundo tercio de muchos quilates. Se desmonteraron los dos primeros. Debieron hacerlo los tres. Mientras Algeciras aplaudía a sus hombres, Miguel Ángel, decidido y seguro, con el paso sereno pero impaciente de quien va en busca de eso algo grande que hoy vino a hacer, se puso camino de los medios para brindar su obra a miles de almas que luego vibraron como un alma única por mor de su magisterio y de su despliegue de torería tan apabullante, tan desbordante. En los medios marcó su territorio y ahí, sin prisas, esperó que Libélula se centrara en su llamada para ya no ser más dos ninguno de los dos, sino sólo uno. Tuvo majestad ese inicio, con pases cambiados por la espalda, en los que, hasta desde el tendido, se sentía quemar el roce de los pitones del toro con el aura de Perera. Impávido, impresionante. El toreo cayendo a plomo pero con la sutileza y delicadeza de una pluma que volara. Ya entonces estaba Algeciras en pie. Lo siguiente fue aún más excelso: el toreo en redondo del extremeño a un toro haciendo monumento de la bravura y de la entrega. Desde lejos hasta más lejos, ligadísimo todo, seis o siete pases sumando uno solo, girando sobre los talones, la muleta siempre puesta, a centímetros de la entregada embestida de Libélula, la mano cada vez más por abajo y el brazo más hacia atrás. Creciendo el toreo en todos sus parámetros. Sonaba hondo el clamor de Algeciras con el mismo eco del toreo de Miguel Ángel Perera, que tomó luego la mano izquierda para seguir esculpiendo una obra bella y compacta, rotunda y redonda, sencillamente genial.
 

En ese punto, el torero sabía ya que el toro era de indulto. Es más, quería el indulto y la gloria del para siempre para su cómplice de tamaña sinfonía. Y lo hizo posible en un tramo de la faena del que se puede identificar el inicio, pero nunca cuándo terminó. Porque no tuvo parangón aquello. Ni medida conocida, ni antecedente que se le recuerde. Porque nada fue pensado, todo sentido según fluía. Por delante, por detrás, e incluso, a través, porque alguna vez hubo que pareció que le arrollara sin que le arrollara. ¿Por dónde se pasó Miguel Ángel tantas veces al toro? Hizo con él lo que quiso, con la muñeca como rota, como sin límites. Un prestidigitador, un mago, un ilusionista. Un portento de capacidad y de dominio. Se fue del toro mientras la plaza se llenaba de pañuelos blancos. Y se fue despacio Perera, sabiendo que era cuestión de que esa locura se fuera cociendo sola. Y ordenó a su cuadrilla que dejara solo a Libélula. Y cuando volvió a él, lo hizo para enjaretarle una señorial tanda de manoletinas, de solemnidad catedralicia. No cabía esperar más: asomó el pañuelo naranja, explotó la felicidad –la primera, la del torero- en aquellas doce mil almas, simuló el diestro la suerte final para concederle a su compañero de baile la más bella y alta de las suertes. De la mano le llevó de vuelta a su gloria. Y se fue pronto Libélula al encuentro de su eternidad. Esa misma en la que ya vive esta faena de Miguel Ángel Perera, de la que se hablará por mucho porque hay cosas que ya no se olvidan nunca.

 

Lástima el extraño que le hizo la espada al entrar a matar a su primer toro porque fue la suya faena de dos orejas. Por la firmeza y la quietud ante un toro incierto de Jandilla, mejor en el inicio de sus embestidas que en los finales, donde protestó airado y, por momento, con feas maneras. Nada de eso le importó a Miguel Ángel, quien todo se lo hizo como si fuera bueno. Desde que, de salida, se fuera suelto y él lo recogiera en cada encuentro con paciencia y gusto en cada uno de sus lances. El quite por tafalleras fue de una despaciosidad privilegiada. Se desmonteró Javier Ambel tras un buen tercio de banderillas y fue éste el prólogo de la faena de muleta, en la que Perera desplegó ese soberbio valor que le fluye de natural para dominar y corregir actitudes ingratas como las del Jandilla. Y ya se la jugó en los doblones del comienzo, recogiendo al toro todo lo corto que se quedaba, sin corregir nunca la posición ni su intención, tragando y mandando a base de soportar coladas y frenadas que levantaron más de un “uy”. Lo citó de largo luego en cada serie, esperándolo para traerse al cuatreño ya toreado desde los flecos primeros de la muleta, reduciendo su ritmo en el viaje y buscando rematar éste por abajo por más que protestara el toro, descompuesto y sin entrega en esos centímetros finales de cada acometida. El pulso en este punto fue para aficionados. Proverbial porque ni una vez lo tocó la franela por más que el de Jandilla quisiera mandarla por los aires.

 

Las tandas del núcleo de la faena tuvieron entonces la virtud de cómo amplió Miguel Ángel el tranco de su oponente y, siempre, sin que rozara siquiera la tela. Temple puro. Tuvieron eco ronco esos muletazos abrochados con pases de pecho de factura interminable. Llegó entonces la traca final, la moneda al aire, el cara o cruz, la verdad desnudo. Se paró Perera y giró entonces todo el toreo y la incertidumbre en cada acometida del toro alrededor de sus muslos y de su cintura. Sólo se movían las muñecas, firmes, pero impávidas a la vez. Y giraba el astado después de volver allí donde lo mandaba Miguel Ángel y, al regreso, se encontraba con las piernas del hombre entregado a su suerte, pero haciendo que la suerte fuera la que dictara su voluntad. Hubo momentos en que pareciera imposible que el toro no lo arrollara, pero no lo arrolló. Lo evitó la firmeza en las plantas y en los toques de un coloso que asustaba al miedo. Se le entregó la plaza porque no podía ser de otra manera. Se le puso en pie, que es como el público de toros declama su reconocimiento total. Lástima de ese extraño de la espada, lo único destemplado de una obra que fue pura verdad dicha y hecha despacio, muy despacio, muy muy despacio.

 

Tuvo poco fondo el sexto, que le faltó fuelle y raza. En un gesto de enorme torería y en señal de respeto, cariño y admiración, el brindó el toro Miguel Ángel a José Tomás. Pero se rindió pronto el cuatreño y, a pesar de que Perera le recetó la medicina del toreo planteado con bien, le robó eco a su actitud la apagada condición del Jandilla. Mató después de un pinchazo y Algeciras le tributó una encendida ovación de reconocimiento por la dimensión, la huella y el eco en el conjunto de una tarde, que ya lo es para el recuerdo.

Plaza de Toros de ALGECIRAS. Lleno en los tendidos. Se lidian toros de NÚÑEZ DEL CUVILLO y JANDILLA
 
José Tomás: dos orejas, ovación y vuelta al ruedo
Miguel Ángel Perera: oreja, dos orejas y rabo simbólicos y ovación
 
 
 
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