20170930 madrid02
30 de septiembre de 2017
MADRID
Feria de OTOÑO
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
PUERTO DE SAN LORENZO y SANTIAGO DOMECQ
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Juan del Álamo
López Simón
  
PERERA RECONQUISTA MADRID
 
Es una máxima en Miguel Ángel decir que las temporadas no son como empiezan, sino como terminan. Perera es hombre de fe. De fe en sí mismo. En el trabajo y en el talento. En lo que se tiene y en cómo se cultiva para que dé los frutos. La suya es la senda del poso, de lo que de verdad deja huella, de lo que sirve para siempre. No tiene prisa por más que las circunstancias le apremien. Él sabe que la moneda está en su mano y, por tanto, la cambia cuando quiera. Por ejemplo, este año. Su temporada de 2017 vuelve a ser un ejemplo de lo que Miguel Ángel Perera simboliza: la superación, la convicción, la verdad, la defensa de los valores en que se cree, la pureza. Cuando se camina pertrechado de todo ello, las cosas llegan, la vida recompensa y corresponde con cuanto se le da. Las temporadas no son como empiezan, sino como terminan y ésta de 2017 finaliza en España en su culmen, en la cima, en su punto más alto después de una tendencia que siempre fue al alza. Golpe a golpe. Convenciendo desde la convicción. Como la tarde de hoy en Madrid.
 
Perera es torero de Otoño. En esta feria ha firmado ya pasajes determinantes de su trayectoria en la Plaza de las Ventas. Y por cómo venía, este Otoño tenía que ser suyo. Por eso asumió el reto y el riesgo de abrochar el año en Madrid. Todo a una carta, como tantas veces. Y, como tantas veces, ganador de la partida. Porque sabía Miguel Ángel cómo venía. Nada refuerza más a un torero que sus propias sensaciones, nada le hace crecer más. Y las sensaciones de Perera para consigo mismo hace tiempo que eran buenas, muy buenas. Las venía derramando tarde a tarde y feria a feria desde hace un buen puñado de tardes y de ferias. Y hoy tenía que ser: en la última y en Madrid. A lo grande. Para coronar un año de subida constante y a un ritmo imparable. Ese mismo ritmo que le impuso a la tarde de hoy desde que rompió el paseíllo. Lo llevaba prendido en la mirada y lo empezó a contar en ese soberbio quite a su primero alternando chicuelinas y tafalleras despacio como el propio compás del otoño. Fue la apertura de una sinfonía que ya no paró de sonar...
 

Ni un tiempo muerto se dio Miguel Ángel ante ese primero. Ni un segundo, ni una tregua. Tras el lío –otro más- de su cuadrilla gracias a la lidia extraordinaria de Javier Ambel –a quien Madrid ovacionó tras dos lances de sensación- y a la brillantez en banderillas de Curro Javier y Guillermo Barbero –que se desmonteraron-, brindó al público, se plantó sincero y se puso a torear. Con la firme decisión de quien tiene el toreo rebosándole por cada poro de su cuerpo. Ese toreo que siempre tuvo en la cabeza y que ahora le bombea el corazón con una especial fluidez. Tres tandas primeras por el pitón derecho. Para ir amoldando la primera, sin forzar más de lo preciso, pero marcando ya el hilo argumental de lo que vendría después. Y vino: ese presentar la muleta con tal firmeza, ese llevarlo toreado ya desde la arrancada, el embarcarlo con la misma hondura con que luego lo soltaba para volver a empezar y, entremedias, rebozarse el torero por completo en el trazo de sus muletazos, templados hasta donde la palabra temple significa ajustar y reducir la velocidad de las embestidas. Toreaba Miguel Ángel cuajando ya desde el principio al buen toro de Puerto de San Lorenzo, noble y humillador, cómplice al responder con entrega a la exigencia que el torero le planteaba.

 

Tomó entonces la mano izquierda por donde, inicialmente, el toro iba menos metido. Pero fue sólo en la primera serie porque, a partir de la segunda, esa seguridad con que Miguel Ángel le hizo las cosas, la forma en que lo empapó de muleta desde el cite hasta la resolución de cada pase, la manera tan sutilmente poderosa con que lo ligó, hizo que el ejemplar de Puerto de San Lorenzo rompiera también por ese lado. Volvió a diestras y subió más aún el tono de la faena, como así cantaba el eco unánimemente hondo de Madrid. Reducía Perera sus movimientos al tiempo que prolongaba la largura de los muletazos de lo por abajo que los remataba. Cada vez todo más en menos terreno y más entorno a su cintura, que era como un faro que iba iluminando de toreo toda la plaza. Entregada Las Ventas al extremeño como hacía algunos años que no se entregaba. Tenía motivos para ello. Se los había dado Miguel Ángel. Cobró una estocada entera que cayó perpendicular y precisó del descabello, a pesar de lo cual, la petición de oreja fue a más hasta terminar cuajando en el premio concedido. La paseó Perera con la misma despaciosidad con que se la había ganado. Saboreando el dulce paladar de lo hecho. El sabor de la plenitud. La plenitud que se traduce en felicidad. Esa felicidad que sólo el toreo es capaz de provocar con semejante pasión.

 

La segunda se la arrancó al que hizo cuarto. Un toro que pocos habían visto en los primeros tercios, pero que el torero lució con suma generosidad desde el preámbulo de la faena de muleta, cuando se fue a los medios para dejárselo venir desde bien lejos y pasárselo muy cerca -pero que muy cerca-, en pases cambiados que le cortaron el aliento a Madrid. Vio el torero y enseñó la alegría con la que se venía el toro de Puerto de San Lorenzo y lo volvió a hacer una y otra vez para empezar así cada una de las series de una obra marcada por la emotividad de su planteamiento, la sincera ambición que denotaba la actitud de Miguel Ángel y la templanza con que, una vez el toro en la muleta, se expresaba para conducir muy despacio la embestida y multiplicarla. Logró Perera contagiar al público de esa misma emotividad, de ese ansia por amarrar el triunfo, de ese entusiasmo por reconquistar la plaza. Por muchas cosas, hoy tenía que ser y haberse escapado hubiera dolido demasiado. Pero éste es su Otoño y hoy nada lo iba a torcer. Al primer amago del toro de rajarse, Miguel Ángel se fue a por la espada, consciente de que la medida de la faena era ésa. El lamento del pinchazo primero fue tan de todos en la plaza como la dicha por la estocada de después. No había caído todavía el astado y ya asomaban pañuelos clamando por que saliera ése otro que lo marca todo. Y ese pañuelo atendió al clamor y se oyó la segunda vuelta de llave de la Puerta Grande de Las Ventas.

 

Por ella salió minutos después Miguel Ángel Perera envuelto en la bandera de España que tantas cosas significan en este momento y con el áura de la felicidad plena y total al eco de torero, torero con que Madrid le proclamaba de nuevo. Sólo el hombre conoce la verdadera dimensión de lo conseguido. De ahí su expresión radiante y ese abrazo emocionado con su baluarte por siempre, Fernando Cepeda. Y es que hoy, el Otoño era para Perera, que para eso las cosas no son como empiezan, sino como terminan...

 
Plaza de Toros de MADRID. Tres cuartos de plaza. Se lidian cinco toros de PUERTO DE SAN LORENZO y uno como sobrero (el tercero), de SANTIAGO DOMECQ.
 
Miguel Ángel Perera: oreja y oreja.
Juan del Álamo: silenco y silencio
López Simón: silencio y saludos
 
Se desmonteran en el primero Curro Javier y Guillermo Barbero y es ovacionado Javier Ambel durante la lidia de ese mismo toro.
 
 
MIGU7871.JPG MIGU7882.JPG MIGU7886.JPG MIGU7891.JPG MIGU7893.JPG MIGU7895.JPG MIGU7923.JPG MIGU7924.JPG MIGU7980.JPG MIGU7981.JPG MIGU8017.JPG MIGU8018.JPG MIGU8031.JPG MIGU8032.JPG MIGU8035.JPG MIGU8077.JPG MIGU8097.JPG MIGU8109.JPG MIGU8110.JPG MIGU8123.JPG MIGU8132.JPG MIGU8161.JPG MIGU8169.JPG MIGU8192.JPG MIGU8207.JPG MIGU8215.JPG MIGU8228.JPG MIGU8254.JPG MIGU8259.JPG MIGU8262.JPG MIGU8321.JPG MIGU8322.JPG MIGU8327.JPG MIGU8336.JPG MIGU8339.JPG MIGU8346.JPG MIGU8392.JPG MIGU8398.JPG MIGU8461.JPG MIGU8486.JPG MIGU8582.JPG MIGU8595.JPG MIGU8596.JPG MIGU8611.JPG MIGU8640.JPG MIGU8641.jpg MIGU8642.JPG thumbnail.jpg

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30 de septiembre de 2017
MADRID
Feria de OTOÑO
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
PUERTO DE SAN LORENZO y SANTIAGO DOMECQ
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Juan del Álamo
López Simón
  
PERERA RECONQUISTA MADRID
 
Es una máxima en Miguel Ángel decir que las temporadas no son como empiezan, sino como terminan. Perera es hombre de fe. De fe en sí mismo. En el trabajo y en el talento. En lo que se tiene y en cómo se cultiva para que dé los frutos. La suya es la senda del poso, de lo que de verdad deja huella, de lo que sirve para siempre. No tiene prisa por más que las circunstancias le apremien. Él sabe que la moneda está en su mano y, por tanto, la cambia cuando quiera. Por ejemplo, este año. Su temporada de 2017 vuelve a ser un ejemplo de lo que Miguel Ángel Perera simboliza: la superación, la convicción, la verdad, la defensa de los valores en que se cree, la pureza. Cuando se camina pertrechado de todo ello, las cosas llegan, la vida recompensa y corresponde con cuanto se le da. Las temporadas no son como empiezan, sino como terminan y ésta de 2017 finaliza en España en su culmen, en la cima, en su punto más alto después de una tendencia que siempre fue al alza. Golpe a golpe. Convenciendo desde la convicción. Como la tarde de hoy en Madrid.
 
Perera es torero de Otoño. En esta feria ha firmado ya pasajes determinantes de su trayectoria en la Plaza de las Ventas. Y por cómo venía, este Otoño tenía que ser suyo. Por eso asumió el reto y el riesgo de abrochar el año en Madrid. Todo a una carta, como tantas veces. Y, como tantas veces, ganador de la partida. Porque sabía Miguel Ángel cómo venía. Nada refuerza más a un torero que sus propias sensaciones, nada le hace crecer más. Y las sensaciones de Perera para consigo mismo hace tiempo que eran buenas, muy buenas. Las venía derramando tarde a tarde y feria a feria desde hace un buen puñado de tardes y de ferias. Y hoy tenía que ser: en la última y en Madrid. A lo grande. Para coronar un año de subida constante y a un ritmo imparable. Ese mismo ritmo que le impuso a la tarde de hoy desde que rompió el paseíllo. Lo llevaba prendido en la mirada y lo empezó a contar en ese soberbio quite a su primero alternando chicuelinas y tafalleras despacio como el propio compás del otoño. Fue la apertura de una sinfonía que ya no paró de sonar...
 

Ni un tiempo muerto se dio Miguel Ángel ante ese primero. Ni un segundo, ni una tregua. Tras el lío –otro más- de su cuadrilla gracias a la lidia extraordinaria de Javier Ambel –a quien Madrid ovacionó tras dos lances de sensación- y a la brillantez en banderillas de Curro Javier y Guillermo Barbero –que se desmonteraron-, brindó al público, se plantó sincero y se puso a torear. Con la firme decisión de quien tiene el toreo rebosándole por cada poro de su cuerpo. Ese toreo que siempre tuvo en la cabeza y que ahora le bombea el corazón con una especial fluidez. Tres tandas primeras por el pitón derecho. Para ir amoldando la primera, sin forzar más de lo preciso, pero marcando ya el hilo argumental de lo que vendría después. Y vino: ese presentar la muleta con tal firmeza, ese llevarlo toreado ya desde la arrancada, el embarcarlo con la misma hondura con que luego lo soltaba para volver a empezar y, entremedias, rebozarse el torero por completo en el trazo de sus muletazos, templados hasta donde la palabra temple significa ajustar y reducir la velocidad de las embestidas. Toreaba Miguel Ángel cuajando ya desde el principio al buen toro de Puerto de San Lorenzo, noble y humillador, cómplice al responder con entrega a la exigencia que el torero le planteaba.

 

Tomó entonces la mano izquierda por donde, inicialmente, el toro iba menos metido. Pero fue sólo en la primera serie porque, a partir de la segunda, esa seguridad con que Miguel Ángel le hizo las cosas, la forma en que lo empapó de muleta desde el cite hasta la resolución de cada pase, la manera tan sutilmente poderosa con que lo ligó, hizo que el ejemplar de Puerto de San Lorenzo rompiera también por ese lado. Volvió a diestras y subió más aún el tono de la faena, como así cantaba el eco unánimemente hondo de Madrid. Reducía Perera sus movimientos al tiempo que prolongaba la largura de los muletazos de lo por abajo que los remataba. Cada vez todo más en menos terreno y más entorno a su cintura, que era como un faro que iba iluminando de toreo toda la plaza. Entregada Las Ventas al extremeño como hacía algunos años que no se entregaba. Tenía motivos para ello. Se los había dado Miguel Ángel. Cobró una estocada entera que cayó perpendicular y precisó del descabello, a pesar de lo cual, la petición de oreja fue a más hasta terminar cuajando en el premio concedido. La paseó Perera con la misma despaciosidad con que se la había ganado. Saboreando el dulce paladar de lo hecho. El sabor de la plenitud. La plenitud que se traduce en felicidad. Esa felicidad que sólo el toreo es capaz de provocar con semejante pasión.

 

La segunda se la arrancó al que hizo cuarto. Un toro que pocos habían visto en los primeros tercios, pero que el torero lució con suma generosidad desde el preámbulo de la faena de muleta, cuando se fue a los medios para dejárselo venir desde bien lejos y pasárselo muy cerca -pero que muy cerca-, en pases cambiados que le cortaron el aliento a Madrid. Vio el torero y enseñó la alegría con la que se venía el toro de Puerto de San Lorenzo y lo volvió a hacer una y otra vez para empezar así cada una de las series de una obra marcada por la emotividad de su planteamiento, la sincera ambición que denotaba la actitud de Miguel Ángel y la templanza con que, una vez el toro en la muleta, se expresaba para conducir muy despacio la embestida y multiplicarla. Logró Perera contagiar al público de esa misma emotividad, de ese ansia por amarrar el triunfo, de ese entusiasmo por reconquistar la plaza. Por muchas cosas, hoy tenía que ser y haberse escapado hubiera dolido demasiado. Pero éste es su Otoño y hoy nada lo iba a torcer. Al primer amago del toro de rajarse, Miguel Ángel se fue a por la espada, consciente de que la medida de la faena era ésa. El lamento del pinchazo primero fue tan de todos en la plaza como la dicha por la estocada de después. No había caído todavía el astado y ya asomaban pañuelos clamando por que saliera ése otro que lo marca todo. Y ese pañuelo atendió al clamor y se oyó la segunda vuelta de llave de la Puerta Grande de Las Ventas.

 

Por ella salió minutos después Miguel Ángel Perera envuelto en la bandera de España que tantas cosas significan en este momento y con el áura de la felicidad plena y total al eco de torero, torero con que Madrid le proclamaba de nuevo. Sólo el hombre conoce la verdadera dimensión de lo conseguido. De ahí su expresión radiante y ese abrazo emocionado con su baluarte por siempre, Fernando Cepeda. Y es que hoy, el Otoño era para Perera, que para eso las cosas no son como empiezan, sino como terminan...

 
Plaza de Toros de MADRID. Tres cuartos de plaza. Se lidian cinco toros de PUERTO DE SAN LORENZO y uno como sobrero (el tercero), de SANTIAGO DOMECQ.
 
Miguel Ángel Perera: oreja y oreja.
Juan del Álamo: silenco y silencio
López Simón: silencio y saludos
 
Se desmonteran en el primero Curro Javier y Guillermo Barbero y es ovacionado Javier Ambel durante la lidia de ese mismo toro.
 
 
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