20161202-monterrey02
2 de diciembre de 2016
MONTERREY
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
FERNANDO DE LA MORA
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Joselito Adame
El Payo
  
QUE NOS QUITEN LO BAILADO...
 
...Porque fue de plenitud la dimensión derramada por Miguel Ángel Perera. Porque gozó el torero y lo hizo la gente en dos faenas bajo el denominador común de la sincera actitud del primero. Por su frescura, por su deleite, por la manera de mecer el toreo, de acompasarlo, de ralentizarlo, de detenerlo. Por esa variedad de capote y muleta que tanto ilumina por aquí en México. Por la demostración hoy de que el toreo es una manifestación del alma que se muestra según el alma se expresa. Por todo ello la felicidad del público de Monterrey viendo a Perera y de Miguel Ángel toreando en Monterrey. De esas veces que todo encaja, que todo fluye. Como la felicidad. Por todo ello hoy, que nos quiten lo bailado...
 
Desde el primer encuentro con el capote con su primer toro de Fernando de la Mora, imprimió Perera altas dosis de ritmo y suavidad, tanto en el saludo como en el quite posterior por chicuelinas, lo que sirvió para afianzar la buena condición del astado, meter desde muy pronto a la gente en la actuación del torero y mostrar el momento de plenitud en el que éste vive. Inició Miguel Ángel su faena de muleta a pies juntos para, sin más pausa, ponerse a torear con mucho compás, tacto y mimo en tandas por el pitón derecho que terminaban abrochadas con pases de pecho, por largos y en redondo, monumentales. Pronto metió el pacense al público en su faena y en ello siguió al torear al natural. Construyó por ahí series largas, muy quieta la planta, dejando todo a la suerte de sus muñecas, obligando por abajo y con la virtud primera del temple y del ritmo. A la mitad de obra, toreando de nuevo Perera en redondo, la plaza ya fue un clamor, inmersa entera en el gozo del torero, toreando tan a placer y tan acompasado. Y todo ello en los medios siempre, el terreno donde Miguel Ángel exprimió la clase y la raza del toro de Fernando de la Mora. Llegó el susto de un derrote seco que le alcanzó en una aparatosa voltereta y le dejó tocado por unos instantes tras hacer también por él en el suelo, aunque no dejó nunca al levantarse ni que le miraran y siguió toreando, más encajado cada vez, para abrochar su composición. La incidencia no hizo sino multiplicar la complicidad del público de Monterrey con la actuación de Perera. Tropezó la espada en una banderilla al primer intento con la espada antes de cobrar una estocada entera tras lo que cortó una oreja. 
 
Muy relajado desde antes, incluso, de probar las embestidas de su enemigo, toreó Miguel Ángel con el capote a su segundo, del mismo hierro. No sólo con las verónicas de recibo, sino también en los dos quites que instrumentó luego con la franela a la espalda, con gaoneras, saltilleras y preciosas medias verónicas, esa variedad que tanto entusiasma al público mexicano. Brindó al maestro Eloy Cavazos para después asentarse en los medios y comenzar la faena de muleta con pases cambiados por la espalda, sin moverse, en esa tarjeta de presentación que es tan pererista, tan definitoria y tan sincera. Humillado y entregado el toro de Fernando de la Mora, permitió a Perera lucirse en este inicio, como todo en él, bajo la condición sine quanon de la despaciosidad. Despacio y sin prisa como planteó Miguel Ángel cada tanda al toro, desde el cite hasta cada remate, dando tiempo entre series, un respiro para que el astado no se afligiera, toreando a su favor, pues, sabedor el diestro de la buena calidad del cuatreño, aunque la llama de su ímpetu resistiera débil. Pura improvisación del de Puebla del Prior en cada serie, nada pensado, todo surgido y fluyendo según tenía que pasar, impregnando su actuación de una variedad que no dejó de deslumbrar al tendido. Fantasía pura de un Perera pleno, inteligente y torero a un tiempo, rebosándose en sí mismo. Todo ello se resumió a la perfección y especialmente en un natural que salió suelto porque el toro ya se paraba, pero que surgió preñado de una lentitud que hizo el pase felizmente interminable. Así mismo lo cantó el público: desde dentro y jubiloso, arrastrando su ole a la par que Miguel Ángel arrastraba los flecos de su muleta y, embebida en ellos, la voluntad del toro, cada vez ya más remiso. Completamente metido entre los pitones, el torero firmó un emotivo final de obra, como si aún entonces tuviera que demostrar por qué estaba hoy en Monterrey, plaza, por cierto, a la que volvía doce años después de su debut en ella. Dejó un pinchazo arriba primero y otro más hondo luego antes de la estocada entera definitiva, lo que, sin duda, aminoró el premio que apuntaba a pleno. Pero el toro tardó también en caer e hizo falta el descabello, a persar de lo cual, el público le obligó a dar una clamorosa vuelta al ruedo. En su transcurso, a cada paso, le fue dando las gracias Monterrey a Miguel Ángel Perera por su dimensión de toda la tarde-noche. Es la dimensión de la plenitud, del gozo, de la felicidad...
 
 
Plaza de Toros Monumental LORENZO GARZA de MONTERREY. Dos tercios de entrada. Se lidian toros de FERNANDO DE LA MORA.
 
Miguel Ángel Perera: oreja y vuelta al ruedo
Joselito Adame:  aplausos y dos orejas
El Payo: aplausos y silencio
 
 

20161202-monterrey02
2 de diciembre de 2016
MONTERREY
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
FERNANDO DE LA MORA
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Joselito Adame
El Payo
  
QUE NOS QUITEN LO BAILADO...
 
...Porque fue de plenitud la dimensión derramada por Miguel Ángel Perera. Porque gozó el torero y lo hizo la gente en dos faenas bajo el denominador común de la sincera actitud del primero. Por su frescura, por su deleite, por la manera de mecer el toreo, de acompasarlo, de ralentizarlo, de detenerlo. Por esa variedad de capote y muleta que tanto ilumina por aquí en México. Por la demostración hoy de que el toreo es una manifestación del alma que se muestra según el alma se expresa. Por todo ello la felicidad del público de Monterrey viendo a Perera y de Miguel Ángel toreando en Monterrey. De esas veces que todo encaja, que todo fluye. Como la felicidad. Por todo ello hoy, que nos quiten lo bailado...
 
Desde el primer encuentro con el capote con su primer toro de Fernando de la Mora, imprimió Perera altas dosis de ritmo y suavidad, tanto en el saludo como en el quite posterior por chicuelinas, lo que sirvió para afianzar la buena condición del astado, meter desde muy pronto a la gente en la actuación del torero y mostrar el momento de plenitud en el que éste vive. Inició Miguel Ángel su faena de muleta a pies juntos para, sin más pausa, ponerse a torear con mucho compás, tacto y mimo en tandas por el pitón derecho que terminaban abrochadas con pases de pecho, por largos y en redondo, monumentales. Pronto metió el pacense al público en su faena y en ello siguió al torear al natural. Construyó por ahí series largas, muy quieta la planta, dejando todo a la suerte de sus muñecas, obligando por abajo y con la virtud primera del temple y del ritmo. A la mitad de obra, toreando de nuevo Perera en redondo, la plaza ya fue un clamor, inmersa entera en el gozo del torero, toreando tan a placer y tan acompasado. Y todo ello en los medios siempre, el terreno donde Miguel Ángel exprimió la clase y la raza del toro de Fernando de la Mora. Llegó el susto de un derrote seco que le alcanzó en una aparatosa voltereta y le dejó tocado por unos instantes tras hacer también por él en el suelo, aunque no dejó nunca al levantarse ni que le miraran y siguió toreando, más encajado cada vez, para abrochar su composición. La incidencia no hizo sino multiplicar la complicidad del público de Monterrey con la actuación de Perera. Tropezó la espada en una banderilla al primer intento con la espada antes de cobrar una estocada entera tras lo que cortó una oreja. 
 
Muy relajado desde antes, incluso, de probar las embestidas de su enemigo, toreó Miguel Ángel con el capote a su segundo, del mismo hierro. No sólo con las verónicas de recibo, sino también en los dos quites que instrumentó luego con la franela a la espalda, con gaoneras, saltilleras y preciosas medias verónicas, esa variedad que tanto entusiasma al público mexicano. Brindó al maestro Eloy Cavazos para después asentarse en los medios y comenzar la faena de muleta con pases cambiados por la espalda, sin moverse, en esa tarjeta de presentación que es tan pererista, tan definitoria y tan sincera. Humillado y entregado el toro de Fernando de la Mora, permitió a Perera lucirse en este inicio, como todo en él, bajo la condición sine quanon de la despaciosidad. Despacio y sin prisa como planteó Miguel Ángel cada tanda al toro, desde el cite hasta cada remate, dando tiempo entre series, un respiro para que el astado no se afligiera, toreando a su favor, pues, sabedor el diestro de la buena calidad del cuatreño, aunque la llama de su ímpetu resistiera débil. Pura improvisación del de Puebla del Prior en cada serie, nada pensado, todo surgido y fluyendo según tenía que pasar, impregnando su actuación de una variedad que no dejó de deslumbrar al tendido. Fantasía pura de un Perera pleno, inteligente y torero a un tiempo, rebosándose en sí mismo. Todo ello se resumió a la perfección y especialmente en un natural que salió suelto porque el toro ya se paraba, pero que surgió preñado de una lentitud que hizo el pase felizmente interminable. Así mismo lo cantó el público: desde dentro y jubiloso, arrastrando su ole a la par que Miguel Ángel arrastraba los flecos de su muleta y, embebida en ellos, la voluntad del toro, cada vez ya más remiso. Completamente metido entre los pitones, el torero firmó un emotivo final de obra, como si aún entonces tuviera que demostrar por qué estaba hoy en Monterrey, plaza, por cierto, a la que volvía doce años después de su debut en ella. Dejó un pinchazo arriba primero y otro más hondo luego antes de la estocada entera definitiva, lo que, sin duda, aminoró el premio que apuntaba a pleno. Pero el toro tardó también en caer e hizo falta el descabello, a persar de lo cual, el público le obligó a dar una clamorosa vuelta al ruedo. En su transcurso, a cada paso, le fue dando las gracias Monterrey a Miguel Ángel Perera por su dimensión de toda la tarde-noche. Es la dimensión de la plenitud, del gozo, de la felicidad...
 
 
Plaza de Toros Monumental LORENZO GARZA de MONTERREY. Dos tercios de entrada. Se lidian toros de FERNANDO DE LA MORA.
 
Miguel Ángel Perera: oreja y vuelta al ruedo
Joselito Adame:  aplausos y dos orejas
El Payo: aplausos y silencio
 
 
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