No era sencillo hoy llegar a la cumbre de la tarde que tan cuesta arriba se puso a tenor de la falta de fondo general de la corrida de Juan Pedro Domecq. Fue día de poner todo lo que faltó a los toros lidiados para que se cumpliera la máxima de que el triunfo no se escapara. La baja por lesión de Alejandro Talavante dejó la corrida en duelo entre Miguel Ángel Perera y Paco Ureña, que firmaron un ejercicio común de responsabilidad y de compromiso para no defraudar las expectativas del público.
De las dos orejas del extremeño, la primera llegó tras la faena al que hizo tercero, segundo de su lote. Un toro que tuvo clase porque buscó los vuelos muy por abajo, pero le fallaron las fuerzas y le sobró instinto de manso. Todo lo planteó Miguel Ángel a favor del toro, buscando romperlo hacia delante en tandas lentas y de muletazos hondos mientras que el juampedro aguantó. Cuando ya no lo hizo, Perera se metió entre los pitones para exprimir hasta la última posibilidad que hubiera de atar el triunfo. La estocada entera le puso en la mano su primer trofeo.
El segundo se lo cortó a su siguiente oponente y fue arrancado. Porque el toro, casi ayuno de raza, se paró a poco de comenzar la faena de muleta. Ante eso, Miguel Ángel se pegó un arrimón de los que llevan su sello, dejando que el de Juan Pedro le mesara la taleguilla una y otra vez. También mató pronto y Murcia le reconoció su disposición de toda la tarde con la segunda vuelta de llave de la Puerta Grande.
Sólo se quedó en blanco el de Puebla de Prior en el primero del mano a mano, como sus hermanos, muy justo de raza, aunque noble y con calidad. Trató de maximizar el torero estas virtudes, como antes, toreando muy favor de su enemigo, sin obligarle más de lo preciso, tratando de afianzarlo y de multiplicar sus embestidas. Algunas más de las esperadas le arrancó antes de que el toro se acabara del todo. El reconocimiento quedó en ovación.
No era sencillo hoy llegar a la cumbre de la tarde que tan cuesta arriba se puso a tenor de la falta de fondo general de la corrida de Juan Pedro Domecq. Fue día de poner todo lo que faltó a los toros lidiados para que se cumpliera la máxima de que el triunfo no se escapara. La baja por lesión de Alejandro Talavante dejó la corrida en duelo entre Miguel Ángel Perera y Paco Ureña, que firmaron un ejercicio común de responsabilidad y de compromiso para no defraudar las expectativas del público.
De las dos orejas del extremeño, la primera llegó tras la faena al que hizo tercero, segundo de su lote. Un toro que tuvo clase porque buscó los vuelos muy por abajo, pero le fallaron las fuerzas y le sobró instinto de manso. Todo lo planteó Miguel Ángel a favor del toro, buscando romperlo hacia delante en tandas lentas y de muletazos hondos mientras que el juampedro aguantó. Cuando ya no lo hizo, Perera se metió entre los pitones para exprimir hasta la última posibilidad que hubiera de atar el triunfo. La estocada entera le puso en la mano su primer trofeo.
El segundo se lo cortó a su siguiente oponente y fue arrancado. Porque el toro, casi ayuno de raza, se paró a poco de comenzar la faena de muleta. Ante eso, Miguel Ángel se pegó un arrimón de los que llevan su sello, dejando que el de Juan Pedro le mesara la taleguilla una y otra vez. También mató pronto y Murcia le reconoció su disposición de toda la tarde con la segunda vuelta de llave de la Puerta Grande.
Sólo se quedó en blanco el de Puebla de Prior en el primero del mano a mano, como sus hermanos, muy justo de raza, aunque noble y con calidad. Trató de maximizar el torero estas virtudes, como antes, toreando muy favor de su enemigo, sin obligarle más de lo preciso, tratando de afianzarlo y de multiplicar sus embestidas. Algunas más de las esperadas le arrancó antes de que el toro se acabara del todo. El reconocimiento quedó en ovación.