No era fácil imponerse al ambiente que genera en una plaza un acontecimiento extraordinario como es un indulto. Porque parece que la gente siga flotando en las sensaciones vividas y no termine de meterse en lo que viene después. Es lo que pasó en el primero de Miguel Ángel Perera, cuyo premio se quedó sólo en ovación. Premio corto e injusto con la dimensión que ofreció el de Puebla del Prior ante un toro, Aviador-20, que no se entregó nunca, pero al que toreó al ralentí, materializando Miguel Ángel la quintaesencia del temple, sobre todo, en varias series al natural con la mano derecha, sin ayuda el toreo en su mano, en la que condujo a base de caricias al de Adolfo buscando convencerlo. Fue en ésas en las que Perera cuajó muletazos de una belleza exquisita por su trazo y por su longitud, por su tiempo también, despacio, muy despacio. Es verdad que la gente no terminó de entrar nunca en lo que Miguel Ángel hacía, pero éste toreó como para sí, para llenarse de aquello que un torero busca cuando torea a solas soñando que torea como sueña. Colosales los pases de pecho. Sabio el entramado técnico de la faena, explorando en el misterio del toro más allá incluso de lo que éste transmitía. Lo dicho: toreando el torero para el torero… Mató pronto, pero ni por ésas se calentó el público, aturdido aún por lo vivido nada más empezar con el indulto del primer Adolfo de la tarde.
Por extraño que parezca, tampoco se metió la gente en la faena al quinto y también en éste quedó el premio sólo en ovación. Y eso que contruyó Perera una faena de amplio fondo técnico buscando mantener al toro de Adolfo entre la necesidad de poderle para imponerse a él y evitar que se fuera. Un planteamiento que quedó expresado en el comienzo de faena con doblones concebidos muy despacio y llevando en línea recta al burel para ayudarle. A partir de ahí, se fueron sucediendo las tandas de muletazos, que salían cada una más importante que la anterior. Todo, sobre el pilar del temple, alargando las embestidas del toro, bravo y de gran clase. La medida, el ritmo, el fondo, el final de cada pase -más por abajo imposible- compartieron cadencia y exactitud en un ejercicio de despaciosidad sencillamente subline. Tuvo importancia también el final de faena, desarrollado en el terreno justo, no más, con Miguel Ángel haciendo girar todo el toreo sobre su cintura en circulares y martinetes que tenían el mérito, al parecer oculto, de seguir siendo todo toreo, nada de adorno. Pinchó antes de cobrar media estocada y la frialdad se mantuvo. Con todo, dicho queda que hoy Miguel Ángel Perera ha toreado muy para sí. Y cómo ha toreado...
No era fácil imponerse al ambiente que genera en una plaza un acontecimiento extraordinario como es un indulto. Porque parece que la gente siga flotando en las sensaciones vividas y no termine de meterse en lo que viene después. Es lo que pasó en el primero de Miguel Ángel Perera, cuyo premio se quedó sólo en ovación. Premio corto e injusto con la dimensión que ofreció el de Puebla del Prior ante un toro, Aviador-20, que no se entregó nunca, pero al que toreó al ralentí, materializando Miguel Ángel la quintaesencia del temple, sobre todo, en varias series al natural con la mano derecha, sin ayuda el toreo en su mano, en la que condujo a base de caricias al de Adolfo buscando convencerlo. Fue en ésas en las que Perera cuajó muletazos de una belleza exquisita por su trazo y por su longitud, por su tiempo también, despacio, muy despacio. Es verdad que la gente no terminó de entrar nunca en lo que Miguel Ángel hacía, pero éste toreó como para sí, para llenarse de aquello que un torero busca cuando torea a solas soñando que torea como sueña. Colosales los pases de pecho. Sabio el entramado técnico de la faena, explorando en el misterio del toro más allá incluso de lo que éste transmitía. Lo dicho: toreando el torero para el torero… Mató pronto, pero ni por ésas se calentó el público, aturdido aún por lo vivido nada más empezar con el indulto del primer Adolfo de la tarde.
Por extraño que parezca, tampoco se metió la gente en la faena al quinto y también en éste quedó el premio sólo en ovación. Y eso que contruyó Perera una faena de amplio fondo técnico buscando mantener al toro de Adolfo entre la necesidad de poderle para imponerse a él y evitar que se fuera. Un planteamiento que quedó expresado en el comienzo de faena con doblones concebidos muy despacio y llevando en línea recta al burel para ayudarle. A partir de ahí, se fueron sucediendo las tandas de muletazos, que salían cada una más importante que la anterior. Todo, sobre el pilar del temple, alargando las embestidas del toro, bravo y de gran clase. La medida, el ritmo, el fondo, el final de cada pase -más por abajo imposible- compartieron cadencia y exactitud en un ejercicio de despaciosidad sencillamente subline. Tuvo importancia también el final de faena, desarrollado en el terreno justo, no más, con Miguel Ángel haciendo girar todo el toreo sobre su cintura en circulares y martinetes que tenían el mérito, al parecer oculto, de seguir siendo todo toreo, nada de adorno. Pinchó antes de cobrar media estocada y la frialdad se mantuvo. Con todo, dicho queda que hoy Miguel Ángel Perera ha toreado muy para sí. Y cómo ha toreado...