Miguel Ángel Perera ha vuelto a firmar una faena impecable; esta vez, ante un toro noble de Jandilla pero algo sosote. Sin embargo, se le ha visto disfrutar en la cara del toro, del que ha exprimido todo el jugo y al que le ha tapado defectos con esa técnica magistral. Perera está en el más puro Perera, con tal seguridad en los terrenos prohibidos, que el público parece no ser consciente de la obra tan colosal que el torero está haciendo. 

 

No tenía picante el toro, y en los dos primeros tercios dijo poco. Bien con los palos Guillermo Barbero. Concienciado y firme como se encuentra Perera, fue su poderosa muleta la que fue engranando el motor de una faena que, con cada pase, iba dando forma a una embestida cada vez más baja, más hilvanada. Pero además de todo esto, la quietud, los pies clavados en la arena, y pasándose al toro por los muslos una y otra vez.

 

Por dos veces se cambió la muleta a la mano izquierda, pues fue esculpiendo poco a poco la embestida del animal. La primera de las tandas, buena. De por medio, una de derechazos extraordinarios, para volver a la mano izquierda y, otra vez ahí, pegar muletazos desde bien alante, vaciando la embestida y rematando con pases de pecho espectaculares.

 

Metió hasta dentro la espada, aunque cayó algo desprendida. Hizo por echarse el animal, pero le salió la raza. Tuvo que tomar entonces el torero el verduguillo, y no anduvo certero. Sin embargo, al caer el toro y ser arrastrado, el público francés le obligó, por unanimidad, a dar la vuelta al ruedo. 

 

 

   

 

Miguel Ángel Perera ha vuelto a firmar una faena impecable; esta vez, ante un toro noble de Jandilla pero algo sosote. Sin embargo, se le ha visto disfrutar en la cara del toro, del que ha exprimido todo el jugo y al que le ha tapado defectos con esa técnica magistral. Perera está en el más puro Perera, con tal seguridad en los terrenos prohibidos, que el público parece no ser consciente de la obra tan colosal que el torero está haciendo. 

 

No tenía picante el toro, y en los dos primeros tercios dijo poco. Bien con los palos Guillermo Barbero. Concienciado y firme como se encuentra Perera, fue su poderosa muleta la que fue engranando el motor de una faena que, con cada pase, iba dando forma a una embestida cada vez más baja, más hilvanada. Pero además de todo esto, la quietud, los pies clavados en la arena, y pasándose al toro por los muslos una y otra vez.

 

Por dos veces se cambió la muleta a la mano izquierda, pues fue esculpiendo poco a poco la embestida del animal. La primera de las tandas, buena. De por medio, una de derechazos extraordinarios, para volver a la mano izquierda y, otra vez ahí, pegar muletazos desde bien alante, vaciando la embestida y rematando con pases de pecho espectaculares.

 

Metió hasta dentro la espada, aunque cayó algo desprendida. Hizo por echarse el animal, pero le salió la raza. Tuvo que tomar entonces el torero el verduguillo, y no anduvo certero. Sin embargo, al caer el toro y ser arrastrado, el público francés le obligó, por unanimidad, a dar la vuelta al ruedo.