Volvió a pasar; la muleta de Miguel Ángel Perera fue como una varita mágica, sobre todo, con el tercero de la tarde, un toro de vasta embestida que no se empleó en ningún momento hasta que el de La Puebla le puso la franela en el hocico. Y ese fue el secreto: dejársela tras cada pase. El comienzo de la faena tuvo mucho mérito porque tragó, y el final, porque arriesgó exponiendo su cuerpo en un mínimo espacio de terreno. Lo que pasó entre medias fueron tandas bien medidas por cada pitón, en las que el torero se impuso al ritmo del toro. Mató de una buena estocada, y se le concedió una oreja a pesar de que el público pedía una más.
El sexto fue un buen ejemplar, que tuvo nobleza y clase. Estuvo Perera entregado desde el primer lance con el capote, le hizo un quite y lo vio claro para brindarlo al público que casi llenaba la plaza. Estuvo cumbre con el de Salvador Doemcq, al que cuidó y del que supo extraer grandes pasajes. Toreo profundo, con cambios de mano por la espalda sin moverse del sitio para lidiarlo al natural. Pies clavados en la arena, y dejando que el toro rozara su cuerpo. No quiso la tizona entrar más que hasta la mitad, lo que dejó en una sola oreja una faena que, con otro desenlace, hubiera sido merecedora de mayores dádivas.
El Cid: oreja y oreja.
El Fandi (en sustitución de Alejandro Talavante): oreja y oreja.
Miguel Ángel Perera: oreja con petición y oreja.
Volvió a pasar; la muleta de Miguel Ángel Perera fue como una varita mágica, sobre todo, con el tercero de la tarde, un toro de vasta embestida que no se empleó en ningún momento hasta que el de La Puebla le puso la franela en el hocico. Y ese fue el secreto: dejársela tras cada pase. El comienzo de la faena tuvo mucho mérito porque tragó, y el final, porque arriesgó exponiendo su cuerpo en un mínimo espacio de terreno. Lo que pasó entre medias fueron tandas bien medidas por cada pitón, en las que el torero se impuso al ritmo del toro. Mató de una buena estocada, y se le concedió una oreja a pesar de que el público pedía una más.
El sexto fue un buen ejemplar, que tuvo nobleza y clase. Estuvo Perera entregado desde el primer lance con el capote, le hizo un quite y lo vio claro para brindarlo al público que casi llenaba la plaza. Estuvo cumbre con el de Salvador Doemcq, al que cuidó y del que supo extraer grandes pasajes. Toreo profundo, con cambios de mano por la espalda sin moverse del sitio para lidiarlo al natural. Pies clavados en la arena, y dejando que el toro rozara su cuerpo. No quiso la tizona entrar más que hasta la mitad, lo que dejó en una sola oreja una faena que, con otro desenlace, hubiera sido merecedora de mayores dádivas.
El Cid: oreja y oreja.
El Fandi (en sustitución de Alejandro Talavante): oreja y oreja.
Miguel Ángel Perera: oreja con petición y oreja.