Lo que Miguel Ángel Perera ha hecho hoy en el primer toro de su lote ha sido sencillamente un faenón. Lo es por la rotundidad, por la templanza, por la largura de los muletazos, pero sobre todo por el mérito de lograr una obra de este calado con un toro al que le faltaron muchas cosas y al que el torero tuvo que hacer poco a poco. Fue una faena para profesionales, de las que dejan huella y tienen el reconocimiento unánime de todos: de los que la ven desde el tendido y de los que se visten de luces.
Ese tercero de la tarde no se empleó nada en el capote, saliendo siempre suelto e impidiendo el lucimiento. Perera intentó y logró un quite por tafalleras a pesar de que el toro seguía con la tendencia a irse suelto después de los dos puyazos que recibió.
Brindó a El Viti, que presenciaba la faena desde un burladero, y comenzó por alto. En la primera serie diestra bajó la mano y el toro lo acusó perdiendo las suyas. Estaba muy justo el de Victoriano del Río, pero Perera lo supo templar y el toro respondió en una segunda serie muy bien ligada. Siguió otra templada en la que el astado pegaba un molesto tornillazo al final.
Al natural el toro embistió con más informalidad, pero Perera acabó metiéndolo y dándole muletazos largos, todos ellos presididos por un temple infinito. Al final se inventó una última serie cumbre de derechazos abrochados con pases de pecho sin inmutarse y la plaza estalló. Tenía un triunfo importante en su mano, pero la espada volvió a ser una mala aliada. Una faena de gran mérito y muchas virtudes quedó sin premio. Posiblemente sin el premio de dos orejas y una Puerta Grande en Bilbao.
El segundo de su lote embistió como descordinado en el capote y fue protestado, pero el presidente se negó a devolverlo. Perera se lo llevó a los medios para comenzar allí la faena de muleta. Intentó afianzar a un animal que seguía desplazándose con dificultad. A base de temple intentó llevar largo a un toro que claudicaba constantemente por más mimo que le aplicaba el torero. Si le bajaba la mano se caía y si le aliviaba por arriba se defendía pegando tornillazos. Difícil papeleta que Perera solventó con enorme paciencia y grandes dosis de temple. Al final logró una serie de narurales muy buena que no tuvo el eco necesario al estar el público contrariado con la condición del toro. Esta vez mató a la primera, justo que lo habría necesitado en su primero para convertirse en uno de los triunfadores de esta Semana Grande bilbaína.
Enrique Ponce, ovación y silencio.
El Juli, ovación y silencio.
Miguel Ángel Perera, ovación y ovación.
Lo que Miguel Ángel Perera ha hecho hoy en el primer toro de su lote ha sido sencillamente un faenón. Lo es por la rotundidad, por la templanza, por la largura de los muletazos, pero sobre todo por el mérito de lograr una obra de este calado con un toro al que le faltaron muchas cosas y al que el torero tuvo que hacer poco a poco. Fue una faena para profesionales, de las que dejan huella y tienen el reconocimiento unánime de todos: de los que la ven desde el tendido y de los que se visten de luces.
Ese tercero de la tarde no se empleó nada en el capote, saliendo siempre suelto e impidiendo el lucimiento. Perera intentó y logró un quite por tafalleras a pesar de que el toro seguía con la tendencia a irse suelto después de los dos puyazos que recibió.
Brindó a El Viti, que presenciaba la faena desde un burladero, y comenzó por alto. En la primera serie diestra bajó la mano y el toro lo acusó perdiendo las suyas. Estaba muy justo el de Victoriano del Río, pero Perera lo supo templar y el toro respondió en una segunda serie muy bien ligada. Siguió otra templada en la que el astado pegaba un molesto tornillazo al final.
Al natural el toro embistió con más informalidad, pero Perera acabó metiéndolo y dándole muletazos largos, todos ellos presididos por un temple infinito. Al final se inventó una última serie cumbre de derechazos abrochados con pases de pecho sin inmutarse y la plaza estalló. Tenía un triunfo importante en su mano, pero la espada volvió a ser una mala aliada. Una faena de gran mérito y muchas virtudes quedó sin premio. Posiblemente sin el premio de dos orejas y una Puerta Grande en Bilbao.
El segundo de su lote embistió como descordinado en el capote y fue protestado, pero el presidente se negó a devolverlo. Perera se lo llevó a los medios para comenzar allí la faena de muleta. Intentó afianzar a un animal que seguía desplazándose con dificultad. A base de temple intentó llevar largo a un toro que claudicaba constantemente por más mimo que le aplicaba el torero. Si le bajaba la mano se caía y si le aliviaba por arriba se defendía pegando tornillazos. Difícil papeleta que Perera solventó con enorme paciencia y grandes dosis de temple. Al final logró una serie de narurales muy buena que no tuvo el eco necesario al estar el público contrariado con la condición del toro. Esta vez mató a la primera, justo que lo habría necesitado en su primero para convertirse en uno de los triunfadores de esta Semana Grande bilbaína.
Enrique Ponce, ovación y silencio.
El Juli, ovación y silencio.
Miguel Ángel Perera, ovación y ovación.