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10 de abril de 2024
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de EL PARRALEJO
 
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Paco Ureña
Borja Jiménez
 
¿Quién le falla a un abuelo?
 

La noche antes, su abuelo le había pedido que cortara cinco orejas en Sevilla“Hombre, abuelo, cinco orejas…”, le respondió sonriendo, entrañable, Miguel Ángel. Pero, ¿quién le falla a un abuelo? Cinco no, pero tres… Tres sí. Y con ellas, la primera Puerta del Príncipe de Sevilla. El sueño cumplido después de veinte años persiguiéndolo y soñándolo. Sintiendo el dolor de las veces que se frustró. Y la quemazón de aquellas otras en que la rozó. Y la desazón también de cuando quedaron tan lejos… Por eso las cataratas de lágrimas que Miguel Ángel se bebió por dentro porque sólo alguna que otra dejó que se le derramara, surcándole la expresión de felicidad más plena de su vida. Mientras buscaba con la mirada y encontraba con el corazón a todas y cada una de esas personas en la plaza a quienes correspondía, como a él, tamaña felicidad. Pareciera que mirara sin ver, pero no: Perera miró a quien quería ver y, en cada mirada, regaló un trocito del sueño cumplido.

 

¿Y cómo lo cumplió? Como sólo podía ser siendo Perera: siendo él, absolutamente él. Látigo y seda a un tiempo. Como su toreo entero, como su forma de ser tan francamente pura. Primero fue el látigo que doblegó al fiero primer toro de su lote de El Parralejo. Fiero y peligroso porque llevaba más en cada embestida de lo que transmitió. Y luego la seda frente al nobilísimo y bravo cuarto que el extremeño terminó de ver claro cuando se puso de rodillas ante él para asomarse al fondo de su mirada -otra vez la mirada- y encontrar todas las respuestas que en las miradas existen. También en las de los toros. Porque fue al encajarse en redondo de rodillas con él cuando Miguel Ángel sintió el ritmo franco y la franca entrega con que Oloroso se fue tras su muleta. Virtudes que el torero terminó de descubrir al resto de la plaza en cada muletazo de las tres tandas a diestras de espectacular ligazón y de lentitud agigantándose con que marcó el primer hito de su obra. Crujió Sevilla con el toreo tan largo, tan desde allí hasta aquí del diestro de Badajoz, tan por abajo, tan impecable en su planteamiento, en la manera de presentar la muleta, desde las alturas hasta su trazo. Probó entonces a Oloroso por el pitón izquierdo, por donde el toro reponía andarín. Pero consiguió Perera fijarlo, sostenerlo y arrancarle también una serie rotunda a partir del hilo invisible del temple que también es mando porque al burel le costó más por ahí, se agarró más al piso. Volvió a la derecha Miguel Ángel y dejó, quizá, la tanda más compacta de la faena por cuanto que reunió las mismas cualidades de las primeras, pero a un ritmo mucho más lento, casi al paso, andando el toro, gateando tras la brújula implacable del pacense, encajado y abandonado. Se adornó con bernardinas muy ajustadas antes de cobrar una de las estocadas más inapelables, cuando menos, de sus últimos tiempos. La que merecía semejante obra de arte, la que correspondía a la tarde marcada en el calendario de su vida: la tarde del 10 de abril de 2024. Su tarde. La tarde en que, no cinco orejas, pero sí le trajo de Sevilla a su abuelo la Puerta del Príncipe de la Maestranza.

 

La firmeza y el absoluto convencimiento en lo que había que hacer en cada momento fueron las claves de la faena a su primero, un toro que se desplazó por el pitón derecho, pero que midió y no poco por el izquierdo, con miradas que lo eran a la altura del pecho. Molestó el aire por momentos a Miguel Ángel, pero tal fue su seguridad que pronto lo amainó también al tiempo que su muleta, poderosa y mandona, construía series en redondo de perfecta ligazón, que fueron metiendo al público en su labor. Fueron tres tandas a más desde el embroque del primer muletazo hasta el remate con el pase de pecho, tan de principio a fin como todo lo demás. Por el izquierdo fue otro el toro. Se empleó menos porque dudaba más. Por eso tuvo tanto mérito cuando le ligó los muletazos de tres en tres y cuando, de uno en uno, desengañaba al animal imprimiéndole a los naturales un viaje más largo del que el burel permitía. Éste miraba al torero con desconfianza antes de que aquél lo embarcara en muletazos de enorme mando que empezaban en la cabeza y desembocaban en las muñecas con permiso del corazón. Levantó Perera un poco más los decibelios del tendido con una última tanda en redondo, otra vez, de impecable conjunción, antes de un arrimón de los de sin cuento alguno, en los que cada encuentro olía mucho a cara o cruz. La estocada, entera y arriba, fue tan comprometida como la obra entera y Sevillale concedió la oreja con la misma sinceridad. Sin lugar a dudas, un paso definitivo éste para lo que vino después: el sueño cumplido…

Plaza de Toros de REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE SEVILLA. Media entrada. Se lidian toros de EL PARRALEJO
 
Miguel Ángel Perera: oreja y dos orejas
Paco Ureña: ovación y silencio
Borja Jiménez: oreja y ovación
 
 
 
 
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CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de EL PARRALEJO
 
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Paco Ureña
Borja Jiménez
 
¿Quién le falla a un abuelo?
 

La noche antes, su abuelo le había pedido que cortara cinco orejas en Sevilla“Hombre, abuelo, cinco orejas…”, le respondió sonriendo, entrañable, Miguel Ángel. Pero, ¿quién le falla a un abuelo? Cinco no, pero tres… Tres sí. Y con ellas, la primera Puerta del Príncipe de Sevilla. El sueño cumplido después de veinte años persiguiéndolo y soñándolo. Sintiendo el dolor de las veces que se frustró. Y la quemazón de aquellas otras en que la rozó. Y la desazón también de cuando quedaron tan lejos… Por eso las cataratas de lágrimas que Miguel Ángel se bebió por dentro porque sólo alguna que otra dejó que se le derramara, surcándole la expresión de felicidad más plena de su vida. Mientras buscaba con la mirada y encontraba con el corazón a todas y cada una de esas personas en la plaza a quienes correspondía, como a él, tamaña felicidad. Pareciera que mirara sin ver, pero no: Perera miró a quien quería ver y, en cada mirada, regaló un trocito del sueño cumplido.

 

¿Y cómo lo cumplió? Como sólo podía ser siendo Perera: siendo él, absolutamente él. Látigo y seda a un tiempo. Como su toreo entero, como su forma de ser tan francamente pura. Primero fue el látigo que doblegó al fiero primer toro de su lote de El Parralejo. Fiero y peligroso porque llevaba más en cada embestida de lo que transmitió. Y luego la seda frente al nobilísimo y bravo cuarto que el extremeño terminó de ver claro cuando se puso de rodillas ante él para asomarse al fondo de su mirada -otra vez la mirada- y encontrar todas las respuestas que en las miradas existen. También en las de los toros. Porque fue al encajarse en redondo de rodillas con él cuando Miguel Ángel sintió el ritmo franco y la franca entrega con que Oloroso se fue tras su muleta. Virtudes que el torero terminó de descubrir al resto de la plaza en cada muletazo de las tres tandas a diestras de espectacular ligazón y de lentitud agigantándose con que marcó el primer hito de su obra. Crujió Sevilla con el toreo tan largo, tan desde allí hasta aquí del diestro de Badajoz, tan por abajo, tan impecable en su planteamiento, en la manera de presentar la muleta, desde las alturas hasta su trazo. Probó entonces a Oloroso por el pitón izquierdo, por donde el toro reponía andarín. Pero consiguió Perera fijarlo, sostenerlo y arrancarle también una serie rotunda a partir del hilo invisible del temple que también es mando porque al burel le costó más por ahí, se agarró más al piso. Volvió a la derecha Miguel Ángel y dejó, quizá, la tanda más compacta de la faena por cuanto que reunió las mismas cualidades de las primeras, pero a un ritmo mucho más lento, casi al paso, andando el toro, gateando tras la brújula implacable del pacense, encajado y abandonado. Se adornó con bernardinas muy ajustadas antes de cobrar una de las estocadas más inapelables, cuando menos, de sus últimos tiempos. La que merecía semejante obra de arte, la que correspondía a la tarde marcada en el calendario de su vida: la tarde del 10 de abril de 2024. Su tarde. La tarde en que, no cinco orejas, pero sí le trajo de Sevilla a su abuelo la Puerta del Príncipe de la Maestranza.

 

La firmeza y el absoluto convencimiento en lo que había que hacer en cada momento fueron las claves de la faena a su primero, un toro que se desplazó por el pitón derecho, pero que midió y no poco por el izquierdo, con miradas que lo eran a la altura del pecho. Molestó el aire por momentos a Miguel Ángel, pero tal fue su seguridad que pronto lo amainó también al tiempo que su muleta, poderosa y mandona, construía series en redondo de perfecta ligazón, que fueron metiendo al público en su labor. Fueron tres tandas a más desde el embroque del primer muletazo hasta el remate con el pase de pecho, tan de principio a fin como todo lo demás. Por el izquierdo fue otro el toro. Se empleó menos porque dudaba más. Por eso tuvo tanto mérito cuando le ligó los muletazos de tres en tres y cuando, de uno en uno, desengañaba al animal imprimiéndole a los naturales un viaje más largo del que el burel permitía. Éste miraba al torero con desconfianza antes de que aquél lo embarcara en muletazos de enorme mando que empezaban en la cabeza y desembocaban en las muñecas con permiso del corazón. Levantó Perera un poco más los decibelios del tendido con una última tanda en redondo, otra vez, de impecable conjunción, antes de un arrimón de los de sin cuento alguno, en los que cada encuentro olía mucho a cara o cruz. La estocada, entera y arriba, fue tan comprometida como la obra entera y Sevillale concedió la oreja con la misma sinceridad. Sin lugar a dudas, un paso definitivo éste para lo que vino después: el sueño cumplido…

Plaza de Toros de REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE SEVILLA. Media entrada. Se lidian toros de EL PARRALEJO
 
Miguel Ángel Perera: oreja y dos orejas
Paco Ureña: ovación y silencio
Borja Jiménez: oreja y ovación
 
 
 
 
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