En Perera. Es decir, con el marchamo del temple al servicio del toreo en todas sus definiciones. Y, como consecuencia, de la largura entendida por lo que empieza muy delante y termina muy detrás. Por tanto, de la profundidad también. Y de la ligazón. Y de la quietud porque el toreo es cosa de cintura y de muñecas. Con el inconformismo de quien no renuncia a la menor opción, menos aún, en Madrid. Con la honestidad de quien respeta el escenario como un templo. Con la ilusión de quien hoy sentía que Las Ventas quería y de quien sabía que era la última tarde en Europa de este 2021 tan en montaña rusa. Así se expresó hoy Miguel Ángel, de nazareno y oro, para abrochar un año de reivindicación siempre hasta el último suspiro. Por eso el templo y su coro le premiaron después de ambas faenas con sendas ovaciones de hondo respeto y sincero reconocimiento.
Le duraron poco sus dos oponentes, que parecieron hermanos de sangre aun viniendo de diferente cuna. De La Ventana del Puerto el primero. De Santiago Domecq el segundo, pero los dos con el depósito del poder con lo justo. Al menos, el primero tuvo clase en sus inicios, en los embroques, porque se empleaba humillado en los vuelos, pero no los seguía con la misma sinceridad después y se afeaba en los finales. Sobre todo, por el pitón izquierdo, por donde, aún así, le extrajo el extremeño un puñado de muletazos de trazo exacto e impecable, largos, pero el toro, en ese punto, ya no tenía continuidad. Cuando sí la tuvo, en las primeras tandas que fueron a diestras, Perera se mostró en Perera. Desde el arranque de la faena en los medios con pases cambiados por la espalda hasta el planteamiento y el desarrollo de las series, poderosas y hondas, ligadas y con eco. Antes de eso, Miguel Ángel lanceó con suavidad con el capote, Javier Ambel arrancó las palmas de Madrid con su lidia de seda cara y Curro Javier y Vicente Herrera cuajaron un extraordinario tercio de banderillas. Por eso se desmonteraron los tres después de otra exhibición del nivel descomunal que regalan cada tarde y cada año. La estocada fue tan cabal como el conjunto completo.
El segundo, con el hierro de Santiago Domecq, recibió otra lidia excepcional, la de Curro Javier y un trío de pares de banderillas, ahora, de Ambel y Herrera que, de nuevo, merecieron el reconocimiento de Madrid. Fue el preámbulo a una faena de muleta que Miguel Ángel Perera inició en el tercio, asentadas las plantas, citando en la media distancia y pasándose muy cerca al burel. Pero éste se apagó demasiado pronto. Tan pronto como se supo podido. Y eso que al deBadajoz apenas le dio tiempo a cuajarle algunas series por el pitón derecho. No aceptó más el domecq, que echó la persiana y dinamitó la posibilidad de que la obra se viniera arriba. La sostuvo la paciencia de Perera, que no se resignó y que aún le robó algunos muletazos que el público cantó con eco y en los que fue capaz de prolongar la embestida del astado más allá de lo que ésta tenía dentro. De nuevo la estocada por derecho, tirándose muy de frente y de verdad para tumbar sin puntilla. Tan cabal. Tan Perera, tan fiel a sí mismo hasta el minuto final de otra temporada que le legitima y subraya.
En Perera. Es decir, con el marchamo del temple al servicio del toreo en todas sus definiciones. Y, como consecuencia, de la largura entendida por lo que empieza muy delante y termina muy detrás. Por tanto, de la profundidad también. Y de la ligazón. Y de la quietud porque el toreo es cosa de cintura y de muñecas. Con el inconformismo de quien no renuncia a la menor opción, menos aún, en Madrid. Con la honestidad de quien respeta el escenario como un templo. Con la ilusión de quien hoy sentía que Las Ventas quería y de quien sabía que era la última tarde en Europa de este 2021 tan en montaña rusa. Así se expresó hoy Miguel Ángel, de nazareno y oro, para abrochar un año de reivindicación siempre hasta el último suspiro. Por eso el templo y su coro le premiaron después de ambas faenas con sendas ovaciones de hondo respeto y sincero reconocimiento.
Le duraron poco sus dos oponentes, que parecieron hermanos de sangre aun viniendo de diferente cuna. De La Ventana del Puerto el primero. De Santiago Domecq el segundo, pero los dos con el depósito del poder con lo justo. Al menos, el primero tuvo clase en sus inicios, en los embroques, porque se empleaba humillado en los vuelos, pero no los seguía con la misma sinceridad después y se afeaba en los finales. Sobre todo, por el pitón izquierdo, por donde, aún así, le extrajo el extremeño un puñado de muletazos de trazo exacto e impecable, largos, pero el toro, en ese punto, ya no tenía continuidad. Cuando sí la tuvo, en las primeras tandas que fueron a diestras, Perera se mostró en Perera. Desde el arranque de la faena en los medios con pases cambiados por la espalda hasta el planteamiento y el desarrollo de las series, poderosas y hondas, ligadas y con eco. Antes de eso, Miguel Ángel lanceó con suavidad con el capote, Javier Ambel arrancó las palmas de Madrid con su lidia de seda cara y Curro Javier y Vicente Herrera cuajaron un extraordinario tercio de banderillas. Por eso se desmonteraron los tres después de otra exhibición del nivel descomunal que regalan cada tarde y cada año. La estocada fue tan cabal como el conjunto completo.
El segundo, con el hierro de Santiago Domecq, recibió otra lidia excepcional, la de Curro Javier y un trío de pares de banderillas, ahora, de Ambel y Herrera que, de nuevo, merecieron el reconocimiento de Madrid. Fue el preámbulo a una faena de muleta que Miguel Ángel Perera inició en el tercio, asentadas las plantas, citando en la media distancia y pasándose muy cerca al burel. Pero éste se apagó demasiado pronto. Tan pronto como se supo podido. Y eso que al deBadajoz apenas le dio tiempo a cuajarle algunas series por el pitón derecho. No aceptó más el domecq, que echó la persiana y dinamitó la posibilidad de que la obra se viniera arriba. La sostuvo la paciencia de Perera, que no se resignó y que aún le robó algunos muletazos que el público cantó con eco y en los que fue capaz de prolongar la embestida del astado más allá de lo que ésta tenía dentro. De nuevo la estocada por derecho, tirándose muy de frente y de verdad para tumbar sin puntilla. Tan cabal. Tan Perera, tan fiel a sí mismo hasta el minuto final de otra temporada que le legitima y subraya.